POCO INFERIOR A LOS ÁNGELES 

“¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él; el ser humano, para darle poder? Lo hiciste poco inferior a los ángeles, lo coronaste de gloria y dignidad” (Sal 8,5-6).

¿Por qué nuestro Padre creó al hombre? Él, que posee la plenitud en sí mismo, que es perfecto, que no carece de nada ni precisa evolucionar… No hay otra razón que moviera a Dios a dar vida a la creación entera –y particularmente al hombre– que el misterio de su amor. Esta constatación es de una insondable profundidad, porque el amor impregna todas las obras visibles de Dios.

Cuando admiramos la naturaleza y vemos su increíble diversidad, cuando nos llenamos de asombro al contemplar su belleza, cuando percibimos la ternura y el cuidado con que nuestro Padre Celestial llamó todo a la existencia, entonces se nos vienen a la mente estas maravillosas palabras del salmo:

“¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él?”

En efecto, el hombre es aún más glorioso que todo lo que podemos percibir con nuestros sentidos, porque Dios lo creó a su imagen y semejanza (Gen 1,27).

Hace algunos días escuchábamos cómo San Agustín, en su búsqueda de Dios, interrogaba a los elementos, obteniendo de ellos la respuesta de que no son Dios, pero que Él los creó.

Entonces, cuando los hombres, en su búsqueda de Dios, tratan de comprender y explorar al ser humano, cuando descubren su belleza y la diversidad de sus dones, se les podría responder de la misma manera: “El hombre no es Dios, pero fue creado por Él, quien lo hizo sólo poco inferior a los ángeles.” ¡Qué gracia!