PARTICIPACIÓN EN EL ANHELO DE DIOS

“El amor por mis criaturas es tan grande, que no experimento ninguna alegría como la de estar en medio de los hombres”(Mensaje del Padre a Sor Eugenia Ravasio).

Son palabras que el Padre Celestial dirige a la Madre Eugenia; palabras de un Dios lleno de amor, que anhela vivir con los hombres en aquella comunión para la cual los creó.

Sus palabras se refieren a todos y cada uno de los hombres. En otra parte del Mensaje, el Padre subraya que su amor abarca a todos, sin excepción alguna. Él llama a todos los hombres a volverse a Él y a acoger su amor. Por medio de su Hijo, el Padre nos ha revelado su amor de una manera que no nos permite simplemente pasar de largo, aunque esto suceda con tanta frecuencia. Por desgracia, hay personas que se excluyen a sí mismas de este gran amor. En el peor de los casos, esto significa la condenación, y, por tanto, la separación eterna de Dios.

Por ello, es tanto más importante que asimilemos en lo más profundo de nuestro corazón el deseo de Dios de vivir en comunión con nosotros, y que le demos a nuestro Padre esta alegría: la de ofrecerle un corazón siempre abierto a su presencia. Que el Señor pueda siempre hablarnos, que siempre nos encuentre en vela y dispuestos a entablar diálogo con Él. Tiene tanto que decirnos, y cuanto más estrecha se vuelva nuestra amistad con Él, tanto más podrá confiarnos lo que lleva en su Corazón.

Cuanto más íntimo sea el intercambio de amor, tanto más haremos nuestro este deseo del Padre, de modo que se nos convierte en una misión de amor, porque sabemos muy bien que Dios ama y busca a cada persona tanto como nos ama a nosotros.

La misión se convierte así en la participación en el anhelo de Dios por sus criaturas. Y si podemos contribuir a que una sola persona comience a corresponder al amor de Dios y entre conscientemente en la comunión con Él, habrá una gran alegría en el cielo (cf. Lc 15,7) y podemos estar seguros de que el Padre nos lo agradecerá.