La lucha contra el demonio (Parte II)

“Sed sobrios y velad. Vuestro adversario, el Diablo, ronda como león rugiente buscando a quién devorar. Resistidle firmes en la fe.” (1Pe 5,8-9)

La comparación con un león rugiente nos deja en claro que, en el combate espiritual, nos enfrentamos a un terrible enemigo. Éste está dispuesto a todo y acecha cuidadosa y agresivamente a su víctima. Para colmo de males, este rival no se atiene de ningún modo a las “reglas de caballería”.

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La lucha contra el demonio (Parte I)

En las meditaciones de los últimos días, habíamos hablado primero sobre aquel enemigo que habita en nosotros mismos –es decir, nuestra carne–, que, a causa de nuestra naturaleza caída con sus malas inclinaciones, quiere apartarnos del camino del Señor, o, al menos, dificultárnoslo. Después tematizamos también el segundo enemigo de nuestra alma –el mundo–, que igualmente quiere alejarnos del camino espiritual con sus seducciones y atracciones. Ahora nos corresponde considerar un enemigo más.

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La lucha contra el mundo

Otro enemigo que puede alejarnos enormemente del camino del Señor es el mundo. Si el mundo no está impregnado por el espíritu cristiano; es decir, si no ha sido transformado y fermentado por la “levadura del evangelio” (Mt 13,33), entonces su dirección es hostil a Dios y, en consecuencia, será una amenaza para nuestra vida espiritual. Lo difícil en relación a este enemigo es que se percibe muy poco su constante influencia. En cambio, los ataques del diablo o las tentaciones que proceden de nuestra carne podemos identificarlos con más claridad.

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La lucha contra la carne

En el marco de esta serie sobre la vida espiritual, es necesario hablar también sobre los “3 enemigos del alma”, que se interponen en nuestro camino de seguimiento de Cristo y contra los cuales hemos de luchar conscientemente.

Al inicio de esta serie habíamos hablado sobre las virtudes, haciendo énfasis en la importancia de adquirirlas.En efecto, ellas constituyen un poderoso antídoto contra todos los ataques enemigos, pero especialmente contra las inclinaciones de nuestra carne y la tendencia a entregarnos desordenadamente a sus pasiones.

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La confianza en Dios (Parte II)

Como fieles, estamos llamados a edificar nuestra vida sobre Dios, y no sobre el frágil fundamento de nuestra naturaleza humana. Nuestra seguridad, aquella que podrá resistir en todas las tormentas de la vida, está cimentada en su amor, en su Palabra, en su deseo de salvarnos. A través de la confianza y de la fe, colocamos nuestra seguridad en Dios y así vivimos sobre un fundamento sólido.

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La confianza en Dios (Parte I)

Difícilmente encontraremos algo que sea tan importante para la vida espiritual como lo es la confianza en Dios. En todas las situaciones de nuestra vida hemos de activar esta confianza, para que se convierta en esa certeza interior que lo impregna todo. Así, nuestro camino espiritual se vuelve más ligero y resulta más atrayente para otras personas. Por tanto, dedicaremos las dos próximas meditaciones a este tema: la confianza en Dios.

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La oración del corazón (Parte III)

Quien se haya adentrado en la oración del corazón por un buen tiempo y la practique con regularidad, podrá experimentar la dicha de que esta oración realmente se hace presente en el corazón. Se nos vuelve fácil retirarnos a esa “celda interior” que se ha formado gracias a la oración, precisamente en aquellos momentos en que el ruido estorba y estamos más expuesto al peligro de la dispersión.

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La oración del corazón (Parte II)

La oración del corazón –u oración de Jesús– requiere una cierta preparación. En este sentido, escuchemos nuevamente al metropolita Serafim Joanta:

“Las disposiciones para la oración de Jesús son, al igual que para cualquier otra oración, las siguientes: Estar en paz con el prójimo, liberarse de excesivas preocupaciones, una cierta disposición del alma, un lugar tranquilo… Nadie puede rezar una oración pura –esto es, una oración que no esté empañada por pensamientos extraños, por impresiones externas de los sentidos y recuerdos– mientras no esté en paz con el prójimo. La falta de perdón y la permanencia en la discordia nos llenan de fuerzas negativas que enturbian el corazón. Lo mismo sucede con el exceso de preocupaciones. Por eso, el Himno a los Querubines de la liturgia bizantina de San Juan Crisóstomo, nos exhorta a ‘despojarnos de toda preocupación mundana’. También el sitio de la oración es importante. El lugar más apropiado es el desierto; es decir, un lugar apartado. Allí se retiraban en todo tiempo los monjes y ermitaños. El Salvador mismo se apartaba por las noches a una montaña o a un lugar solitario para la oración. Puesto que nosotros vivimos en el mundo, hemos de seguir, en primer lugar, el consejo de Jesús: ‘Cuando vayas a orar, entra en tu aposento y, después de cerrar la puerta, ora a tu Padre, que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará’ (Mt 6,6). Este aposento es el corazón, al que debemos retirarnos para poder darle a la oración la atención necesaria.”

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El Santo Rosario

Después de haber reflexionado sobre los padecimientos de la oración y sobre la Adoración eucarística, dirijámonos ahora a las diversas formas de oración. A pesar de que la oración es, en sí misma, algo sencillo, no siempre nos resulta fácil orar, y menos orar bien. También esto es un arte, y para aprenderlo conviene estudiar las variadas formas y métodos de oración que existen, y, sobre todo, practicar fervorosamente la oración como tal.

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