Octava Meditación de Navidad: La fe de María

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Con esta meditación, cerramos esta serie de reflexiones que hemos preparado para los días de la Navidad. A partir de mañana retomaremos nuestras acostumbradas meditaciones sobre los textos bíblicos del día. Con la gracia de Dios, espero poder continuar con esta labor durante este año que empieza. Las meditaciones estarán acompañadas por los cantos del Coro Harpa Dei, aunque no en la misma intensidad que en estos días de la Octava de Navidad.

Los pastores vinieron presurosos y encontraron a María y a José y al niño reclinado en el pesebre. Al verlo, reconocieron las cosas que les habían sido anunciadas sobre este niño. Y todos los que lo oyeron se maravillaron de cuanto los pastores les habían dicho. María guardaba todas estas cosas ponderándolas en su corazón. Y los pastores regresaron, glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto, según les fue dicho. Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidarle, le pusieron por nombre Jesús, como le había llamado el ángel antes de que fuera concebido en el seno materno. (Lc 2,16-21)

El último día de la Octava de Navidad es, a la vez, el primer día del año, en que se celebra la Solemnidad de la Madre de Dios. Así, la Iglesia contempla el Nacimiento de su Redentor, y pone también sus ojos en aquella mujer que estuvo dispuesta a cumplir totalmente la santa voluntad de Dios, en fe y amorosa obediencia. Ella guardaba y movía en su corazón todo lo que se decía sobre su Hijo recién nacido. En este pasaje bíblico que hemos leído, María escucha el relato de los pastores, que transmiten lo que los ángeles les habían anunciado sobre el Niño:

El ángel les dijo: “No temáis. Mirad que vengo a anunciaros una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: hoy os ha nacido, en la ciudad de David, el Salvador, que es el Cristo, el Señor; y esto os servirá de señal: encontraréis a un niño envuelto en pañales y reclinado en un pesebre”. De pronto apareció junto al ángel una muchedumbre de la milicia celestial, que alababa a Dios diciendo: “Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres en los que Él se complace”. (Lc 2,10-14)

Ciertamente a María le tomó su tiempo hasta comprender toda la magnitud de lo que se le había confiado, y hasta entender totalmente la universalidad de la misión de su Hijo. Pero ella optó por el camino correcto, al conservar en su corazón y meditar sobre todo lo que sucedía. De esta forma, la realidad de Dios fue penetrando más y más todo su ser, y Su luz pudo expandirse.

También a nosotros nos puede marcar profundamente el acontecimiento de la Natividad de Cristo, con esa alegría que trae consigo la Buena Nueva. ¡Y es que la noticia del Nacimiento de Jesús está unida con la alegría del cielo entero! También a nosotros se nos invita a escuchar una y otra vez los textos de la Sagrada Escritura, y a interiorizarlos. Los cantos pueden ser una ayuda para que el mensaje del cielo penetre todo nuestro ser, hasta nuestro inconsciente. Así, no sólo profesaremos nuestra fe con los labios; sino también con el corazón y con las profundidades de nuestra alma: ¡Cristo Jesús ha venido! ¡Él es el Salvador del mundo!

Precisamente en esta era que relativiza el mensaje de la fe y pone en duda los relatos de la Sagrada Escritura, hemos de responder con una fe viva y con la profundización del mensaje bíblico. De esta forma, nuestro corazón y nuestros pensamientos no estarán definidos por el espíritu del mundo; sino que estarán iluminados por el Espíritu Santo.

En la “escuela de María”, en la que podemos entrar de forma consciente en este año que inicia, se nos enseña a entrar en la profundidad de nuestro ser, interiorizando la fe a tal punto que su luz brille en todas las circunstancias de nuestra vida. Todo lo que nos espera en este año, ha sido previsto por Dios para nuestra salvación. Podremos entenderlo a la luz de la fe, aun cuando nuestra razón no lo comprenda.

La fe nos da la certeza de que Dios tiene en sus manos todo el año 2019, con todo lo que nos trae. Pongamos este año en manos de Aquella que se abandonó del todo en Dios, y alabémoslo a Él desde ya por todo lo que nos espera.