LIBERTAD EN DIOS

“No debéis temer como esclavos al Padre que os ama hasta el extremo” (Palabra interior).

Podemos imaginar cómo se siente cuando amamos de corazón a una persona y estamos dispuestos a hacer todo lo posible por ella, pero ella nos tiene miedo y se comporta como si la oprimiéramos. ¡Eso duele y nos sentimos incomprendidos! Además, no puede desarrollarse en tales circunstancias una verdadera relación de amor y confianza.

Ahora bien, nosotros, los hombres, tenemos una capacidad de amar muy limitada y, por muy buena intención que tengamos, nuestra forma de tratar a los demás puede verse aún afectada por muchas cosas que no han sido purificadas en nuestro interior, de las que tal vez no estemos conscientes siquiera y que pueden asustar a las otras personas.

¡Pero no sucede así con nuestro Padre Celestial! En Él no hay nada que podría intimidarnos u oprimirnos. Por tanto, se podría decir que es una herida profunda en el Corazón de Dios que se lo malinterprete así y se tenga una imagen equivocada de Él. Muchas veces, esta falsa imagen no sólo es consecuencia de elementos psicológicos que requieren ser sanados, sino que también intervienen los poderes de las tinieblas.

Con esta imagen distorsionada de Dios, se impiden las verdaderas conversiones y difícilmente los hombres despertarán a su condición de hijos de Dios. La realidad es todo lo contrario: nuestro Padre nos concede una libertad que nadie más podría darnos. Es aquella libertad de la que Jesús dice: “Si el Hijo os da la libertad, seréis realmente libres” (Jn 8,36).

Precisamente porque Dios nos ama tanto, puede darnos la libertad a plenitud y convertirnos en hijos suyos. Por amor a nuestro Padre y por la dignidad de nuestra vocación, aferrémonos a la verdadera imagen de nuestro Padre, rechazando todo sentimiento que pretenda transmitirnos algo distinto y enviándolo de vuelta al reino de la mentira y del engaño.