LA MORADA AMADA DEL PADRE

“Dios mío, Trinidad que adoro (…), pacifica mi alma; haz de ella tu cielo, tu morada amada y el lugar de tu reposo. Que yo no te deje jamás solo en ella, sino que yo esté allí enteramente, totalmente despierta en mi fe, en adoración, entregada sin reservas a tu acción creadora” (Santa Isabel de la Santísima Trinidad).

Para complementar esta oración de Sor Isabel, escuchemos también una frase similar de Santa Edith Stein: “Dios, la Santísima Trinidad está en nosotros. Si tan sólo supiéramos edificar dentro de nosotros una celda bien sellada y retirarnos a ella tantas veces como nos sea posible, entonces no nos faltaría nada en ningún lugar del mundo.”


Estas dos santas aluden al misterio de la inhabitación de Dios en nosotros. El problema es que tenemos muy poca consciencia de ello; de lo contrario, una y otra vez nos adentraríamos en nuestro interior, para encontrarnos allí con el Padre. Él siempre nos espera y siempre podremos encontrarle allí. Nunca nos dejará sin consuelo, mucho menos en aquellos momentos en que nos sentimos totalmente vacíos y abandonados. Él permanece. Es sólo el pecado el que bloquea el acceso a Él, y entonces hace falta el arrepentimiento y el perdón para volver a abrir el camino.

Resultan particularmente atrayentes las palabras de Sor Isabel sobre no dejar jamás solo al Señor en nosotros, sino a buscarlo todo el tiempo. Nos recuerda a aquellas personas que no quieren dejar solo a Jesús en los sagrarios de las iglesias y pasan tiempo con Él allí.

Nuestro Padre ama estas horas de intimidad entre Él y un alma. Aquí le susurra las palabras secretas de su amor, y una sola de ellas puede inspirarla a tal punto que queda dispuesta a todo.

Cuanto más aprendamos a adentrarnos en la “morada amada” del Señor en nuestra alma, tanto menos nos faltará nada en ningún lugar del mundo.