LA LLAMA DE LA ESPERANZA

 “Deseo que el hombre recuerde frecuentemente que yo estoy ahí donde él está; que no podría vivir si yo no estuviera junto a él, vivo como él. A pesar de su incredulidad, jamás dejo de estar con él” (Mensaje del Padre a Sor Eugenia Ravasio).

El recuerdo de Dios… ¡Con qué facilidad se desvanece de nuestra memoria! ¡Con qué rapidez nuestros pensamientos se ocupan de las cosas de este mundo y empiezan a divagar! Incluso hay personas que se pasan toda una vida sin pensar en Dios, y quizá han oído hablar muy poco o nada de Él.

Pero no sucede así con nuestro Padre Celestial. Él jamás se olvida de los hombres, que ha llamado a la vida. Él está junto a ellos y los atrae con su amor. “¿Acaso olvida una mujer a su niño, sin compadecerse del hijo de sus entrañas? Pues aunque ella se olvidase, yo jamás te olvidaría” (Is 49,15).

Es el amor de Dios el que nos da esperanza y mantiene viva su llama en nosotros.

El Señor no sólo se compadece de aquellos que lo invocan en su debilidad, levantándolos una y otra vez; sino que también está junto a aquellos que lo han olvidado, a los que no creen en Él e incluso lo rechazan. No los abandona a su propio destino, sino que permanece a su lado con la infinita paciencia de un amor que jamás se agota. Está siempre dispuesto a apiadarse y a perdonar, con tal solo un pequeño gesto de conversión que haga la persona.

También nosotros estamos llamados a dejarnos formar en esta escuela del amor de Dios. En vista de la infinita misericordia de Dios para con el hombre, jamás debemos dejarnos llevar por la desesperanza en relación con nosotros mismos o con otras personas. Sería una injusticia ante el amor de nuestro Padre. En lugar de caer en desesperación, hemos de tomar consciencia de su amorosa presencia que nos acompaña siempre, y vivir en ella.

En lo que refiere a los que no creen, la escuela del amor de Dios nos enseñará a no dejarlos caer, a no rendirnos ni descuidar la oración por ellos. En el camino de seguimiento de Cristo, que trae consigo el crecimiento en el amor que abarca a todos los hombres, aprendemos también a permanecer al lado de los no creyentes y a esperarlos con paciencia.

Gracias a la obra del Espíritu Santo, empezaremos a adoptar la forma de ser y actuar de Dios mismo, que jamás se olvida de ninguna persona.