JESÚS ALABA LA SABIDURÍA DEL PADRE

“Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a los pequeños” (Mt 11,25).

En estas palabras de Jesús, se percibe cuánto se complace Él en la sabiduría de su Padre. Si incluso nosotros alabamos al Padre por su sabiduría, cuando empezamos a conocerlo y amarlo cada día más, ¡cuánto más lo hará nuestro Señor! Siendo su amado Hijo, Él comprende al Padre Celestial en otro nivel. Él conoce la gloria del Padre en toda su plenitud, sin esos límites que nosotros, los hombres, tenemos.

Así, alaba a su Padre y a nuestro Padre, dirigiéndose a él como “Señor del cielo y de la tierra”. Jesús nos invita a unirnos a su alabanza del Padre con la misma actitud con que Él lo alaba. Es una invitación llena de amor y de afecto. De hecho, ¿quién mejor que Jesús para mostrarnos al Padre, para introducirnos en el interior de su Corazón, siendo Él “el Hijo Unigénito, que está en el seno del Padre” (Jn 1,18)?

La ternura de nuestro Padre a menudo tiene en vista particularmente a aquellos que no valen a los ojos del mundo (cf. 1Cor 1,28). A ellos, cuyo corazón sólo Él conoce, les comunica su sabiduría. ¡Cuántas veces he experimentado cómo las personas más sencillas comprenden las cosas espirituales mucho más rápida y directamente que aquellas que están atrapadas en complejos constructos de pensamiento y no captan lo esencial!

Jesús lo ve y lo sabe. En vista de ello, brota de su corazón la alabanza al Padre por haberlo hecho así, “de manera que ningún mortal pueda gloriarse ante Dios” (1Cor 1,29). En efecto, ¿quién sería capaz de conocer algo de la sabiduría de Dios por sus propios mérito, si no se lo revela Él mismo?

¿Dónde radica, pues, la diferencia entre el que es verdaderamente sabio y el que se tiene por sabio? El primero sabe que todo le viene de Dios; el segundo, en su necedad, se lo atribuye a sí mismo y se cree inteligente.