HONRAR AL PADRE CELESTIAL (Parte III)

Conocer, honrar y amar al Padre…

¡Cuánto honramos a nuestro Padre cuando admiramos con gratitud su sabiduría, no sólo al disponer el orden natural de la Creación, sino más aún al conducirnos a los hombres perdidos de regreso a casa, a su Reino, y al escoger el camino preciso para ello!

Aquí nuevamente descubrimos la profunda conexión entre conocer a Dios y honrarlo. Cuando lo conocemos mejor y, sobre todo, captamos la motivación más íntima de todas sus acciones, entonces le daremos todo el honor, porque al confesarlo como nuestro amoroso Padre le honramos.

Cuánto se complace el Señor en que transmitamos a otras personas la verdad que Él ha encomendado a su Iglesia. Cuánto insiste el Padre en el Mensaje a la Madre Eugenia en que los hombres todavía tienen una falsa imagen de Él; una imagen que no refleja aún lo suficiente su bondad. Ahora bien, si se transmite a otras personas esta imagen imperfecta de Dios, no será tan fácil que despierte en ellos el amor a Él y el deseo de honrarle.

Cuando interiorizamos las verdades de nuestra santa fe y cobramos consciencia de todo lo que hace nuestro Padre por atraer a la humanidad a sí mismo, cuando contemplamos todos los caminos que Él, en su amor, ha ideado para llegar a nosotros, entonces nos acercamos cada vez más al “gran misterio” que se revela aquí. Este “gran misterio” de amor es el Padre mismo, a quien encontraremos sin velos en la eternidad, porque habrá desaparecido todo aquello que aún nos impide contemplar a Dios en su gloria.

Pero ya aquí, en la Tierra, nuestra vida puede adquirir un “santo sabor” cuando el Padre nos reviste de su santidad. El vivir en este “santo sabor”, poniendo mucho cuidado en que no se desvirtúe a causa de nuestra negligencia o del pecado, honra sobremanera a nuestro Padre, pues tampoco dejaremos pasar ninguna ocasión de testificar de quién procede este “sabor”, dándole así la gloria a Dios.