HASTA LOS LEONES CLAMAN A DIOS 

“Los leoncillos rugen por la presa, reclamando a Dios su comida” (Sal 103,21).

El amor y el cuidado de Dios se extienden a toda su Creación irracional. Esto habrá sido lo que impulsó a un San Francisco de Asís a incluir a todos los elementos en la fraternidad de las criaturas en su famoso cántico. Todo lo que nuestro Padre ha creado encuentra su sentido más profundo en Él y da testimonio de Él, aunque a consecuencia del pecado haya quedado disturbada la armonía originaria y la muerte haya entrado en este mundo.

Pero, a pesar de esta herida que sufrió la Creación –a tal punto que “espera ansiosa la manifestación de los hijos de Dios” (Rom 8,19)– puede ella entonar el cántico glorioso del amor de Dios.

Incluso el poderoso rugido del león reclamando su alimento, imagen de la fuerza y majestad de la Creación, da testimonio de Dios. El leoncillo sigue el instinto que el Creador depositó en él. Siendo una criatura salida de la mano de nuestro Padre, también él ha recibido de Dios el derecho de vivir. Aun sin estar consciente de ello, reclama a su Creador el alimento que garantice su derecho.

Cuando se nos abran los ojos, empezaremos a contemplar milagro tras milagro y a reconocer la sabiduría de Dios aun en las cosas más pequeñas. Entonces nos regocijaremos en Él como el salmista, que describe tan amorosamente las maravillas de Dios en su Creación:

“De los manantiales sacas los ríos,
para que fluyan entre los montes;
en ellos beben las fieras de los campos,
el asno salvaje apaga su sed;
junto a ellos habitan las aves del cielo,
y entre las frondas se oye su canto.

Desde tu morada riegas los montes,
y la tierra se sacia de tu acción fecunda.

Todos ellos aguardan
a que les eches comida a su tiempo:
se la echas, y la atrapan;
abres tu mano, y se sacian de bienes; 

¡Bendice, alma mía, al Señor!” (Sal 103,10-13.27-28.35c).