EN EL PADRE NO HAY SOMBRA ALGUNA

“A nadie el Señor ha mandado ser impío, a nadie ha dado licencia de pecar” (Sir 15,20).

No nos dejemos engañar, sea quien sea que quiera enseñarnos cosas falsas e inducir a error a las personas, relativizando así la verdad.

Dios rechaza el mal y no hay en Él sombra alguna (St 1,17). Por más que Dios ame al pecador y su propio Hijo haya dado la vida por él, para que se convierta y viva, nuestro Padre rechaza contundentemente el pecado y la maldad. Aquí no hay ambigüedad ni puede haber confusión. Jesús, el Santo y sin pecado, cargó los pecados del mundo; pero él mismo nunca pecó y jamás puede querer que el hombre peque.

Es importante tener esto bien en claro y saber discernir, porque, por desgracia, está actuando un espíritu en el mundo e incluso en la Iglesia que quiere declarar el bien como mal y el mal como bien. ¡Así no es nuestro Padre! Él no quiere que caigamos en la enfermedad espiritual del error, ni que nos contaminemos con las tinieblas del pecado. El que hace esto es el espíritu de engaño, y quien le sigue se convierte en “embaucador embaucado”.

Nuestro Padre quiere vernos viviendo en la verdad y nos ha dado todo lo necesario para ello. Nosotros, los católicos, hemos recibido, además de las Sagradas Escrituras, el Magisterio auténtico de la Iglesia, de modo que tenemos una guía clara y segura. Es como el “río cristalino de agua que brota del trono de Dios y del Cordero” (Ap 22,1). Entonces, sabemos bien cómo debemos vivir, y el Señor nos da toda la gracia necesaria para hacerlo realidad.

Ninguna falsa doctrina debe contaminar esta agua cristalina, porque gracias a ella sabemos lo que es pecado y lo que no es pecado, y así la verdad forma nuestra conciencia.

Si evitamos el pecado y nos aferramos a la verdad, nuestro Padre no nos deja solos, tampoco en tiempos de confusión y en circunstancias difíciles. ¡Entonces vivimos en su luz!