El verdadero parentesco de Jesús

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Mt 12,46-50

Todavía estaba hablando a la multitud, cuando su madre y sus hermanos, que estaban afuera, trataban de hablar con él. Alguien le dijo: “Tu madre y tus hermanos están ahí afuera y quieren hablarte”. Jesús le respondió: “¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?” Y señalando con la mano a sus discípulos, agregó: “Estos son mi madre y mis hermanos. Porque todo el que hace la voluntad de mi Padre que está en el cielo, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre”.

El episodio de este texto no es, de ningún modo, un rechazo del Señor a su madre y a sus hermanos, como podría ser nuestra primera impresión. Más bien el Señor amplía nuestra mirada dirigiéndola a la humanidad entera, que está llamada a constituir una sola familia celestial y universal. 

Ahora bien, la familiaridad con Jesús tiene una esencial condición: el cumplimiento de la voluntad del Padre. En estas palabras se puede descubrir algo como una “nueva creación”. Mientras que la primera creación del hombre surgió de la bondad del Padre que quiso crear seres a su imagen, haciéndolas vivir en el Paraíso en un estado de inocencia, la nueva creación tiene otro carácter. 

En esta nueva creación Dios se dirige a nosotros como Redentor de una humanidad que está ya bastante lejos de Él y que cada vez se interesa menos en cumplir la voluntad del Padre, de una humanidad que frecuentemente vive en la sombra de la muerte. 

Pero Dios invita a esta humanidad a vivir muy cerca de Él. Esto queda claro por el solo hecho de que Dios mismo asume, en su Hijo Jesús, nuestra naturaleza. Jesús se hace en todo igual a nosotros menos en el pecado (cf. Hb 4,15).

Y ahora que Dios se ofrece como Padre para la humanidad caída y la llama hacia sí, queda solo una condición necesaria para que esta familiaridad con Dios pueda desarrollarse: nos unimos con Dios y entre nosotros cuando nos esforzamos sinceramente por cumplir su voluntad.

Y efectivamente es así: entre personas que intentan vivir en la voluntad de Dios hay una naturalidad y una fraternidad que va mucho más allá que el parentesco natural. Y esto cuenta para todas las personas, sin importar de qué parte de la Tierra procedan. Surge una relación sobrenatural, una relación que no viene “de la carne y de la sangre”, sino del Espíritu de Dios. 

A esto se refiere Jesús cuando señala a sus discípulos, que se han convertido para Él en madres, hermanos y hermanas. Esta relación sobrenatural puede vivirse también en la familia natural, cuando se cumple con la condición del mutuo cumplimiento de la voluntad de Dios.

Es una oferta inmensamente generosa de parte de Dios el llamarnos a vivir en esta íntima relación con Él, y para hacerla realidad nos envía su Espíritu. 

Ahora urge llevar esta invitación de Dios a todas las personas. Esta es la tarea de la Iglesia, que se ha convertido en el signo concreto de la unidad entre los hombres. Esto aplica especialmente cuando en ella se conserva su unidad interior: unidad en la doctrina y en la consecuente práctica. 

Así fue como Jesús nos encargó la misión: „Vayan, pues, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos. Bautícenlos en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enséñenles a cumplir todo lo que yo les he encomendado a ustedes” (Mt 28,19-20).

Todos los intentos humanos de llegar a la unidad permanecen infecundos si no se la obtiene como un regalo del Padre. Podemos observar esto también en la historia. Solamente el Espíritu del Señor nos hace capaces de vivir en plena comunión con Jesús y de cumplir la voluntad de Dios. Por eso es tan importante para nosotros, como cristianos, vivir atentos a Dios, escuchar la voz del Espíritu y obedecerle. Será Él quien consiga la unidad entre los hombres, llevándoles al reconocimiento de Cristo. 

Esto no quiere decir que no podamos observar ya antes ciertos elementos de unidad entre los hombres. ¡Pero estos son quebradizos y no abarcan todo en su profundidad! Además son propensos a traer una “pseudo-unidad”, como la que suscitan las ideologías, y pueden engañar a las personas en su anhelo de unidad.

La humanidad debe reconocer el amor de su Padre Celestial y debe aprender a vivir en la verdad. ¡La verdad existe y tiene un rostro concreto! Ella tomó carne… Solo en la verdad podemos entrar en una auténtica comunión, pues Dios es la verdad. ¡Quien la busque sinceramente la encontrará, y quien no se cierre será encontrado por ella!