EL SEÑOR SATISFACE MI ANHELO

 “El Señor repara mis fuerzas. Me guía por el sendero justo, por el honor de su nombre” (Sal 23,3). 

La traducción alemana de este versículo dice: “El Señor satisface mi anhelo” en lugar de “repara mis fuerzas”. En efecto, Dios ha sembrado profundamente en nuestro corazón el anhelo hacia Él. En su Sabiduría, nos permite experimentar que nuestra vida carece de algo esencial cuando no lo conocemos y otras cosas ocupan su lugar en nuestro corazón. Aunque inicialmente no percibamos ni entendamos mucho este vacío, y aunque las muchas distracciones nos satisfagan temporalmente, en el fondo de nuestra alma sabemos que: “Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío” –como lo expresa el salmista (Sal 42,2).

El alma sufre y se siente como en destierro cuando no está unida a su Creador y Padre. Vive en tierra extranjera, sometida al yugo de la esclavitud; su anhelo no está saciado, porque “nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti” (San Agustín).

¡Qué alegría experimenta, en cambio, cuando se encuentra con su Padre, cuando corresponde a su amor, cuando el Señor la despierta con el beso de su amor! Parece que en su corazón no cabe tanta dicha y quiere explotar y contar a todo el mundo lo que el Señor ha hecho por ella. Se deja agasajar y bendecir por su Padre misericordioso, quien la deleita con un gran banquete, como al hijo pródigo (Lc 15, 22-24).

Sólo Dios puede satisfacer su deseo, y en efecto lo hace en sobreabundancia. Entonces el alma se vuelve dócil y silenciosa, de modo que el Padre puede guiarla por el sendero justo. Cada día se convierte para ella en un regalo de su bondad paternal, y día a día crece en ella una atención amorosa frente a Dios. Ya no puede imaginarse un solo instante sin su Padre y lamenta cada momento en que no respondió a su amor.

Ahora Dios la guía por un camino seguro y, con cada día que pasa, la atrae más hacia Él. La ha sacado del valle de la confusión y de la indiferencia, y ahora puede colmarla consigo mismo. Es una alegría para Él saciar el anhelo del alma, y al mismo tiempo suscita en ella un anhelo cada vez más grande: Crecer en el amor, para convertirse en un torrente de gracia que jamás se agota, que glorifica a Dios y sirve a los hombres.