EL SEÑOR RENUEVA SU AMOR

“El Señor, tu Dios, está en medio de ti, ¡un poderoso salvador! Exulta de gozo por ti, te renueva con su amor; danza por ti con gritos de júbilo, como en los días de fiesta” (Sof 3,17). 

Nuestro Padre Celestial dirige estas palabras a su Pueblo escogido y particularmente a Jerusalén. Él quiere compadecerse y renovar su amor, a pesar de todas las transgresiones del Pueblo.

Así, la humanidad ya no se ve amenazada por una despiadada “espada de Damocles” que quiere aniquilar a las naciones; sino que vela sobre ella un Padre amante y justo, que llama a los hombres de regreso a casa, especialmente en medio de las densas sombras del tiempo actual.

Sin pretender relativizar en lo más mínimo el peligro que amenaza a las personas que emprenden caminos impíos y las terribles consecuencias que éstos acarrean, hay que recalcar una y otra vez que sigue en pie, inquebrantable e inamovible, el deseo de Dios de que “todos los hombres se salven” (1Tim 2,4). Lo hemos subrayado repetidas veces en meditaciones anteriores, porque el Señor, nuestro Dios, es un Padre lleno de amor y no un Dios vengador y castigador. Podemos constatarlo en la historia del Pueblo de Israel, en la historia de la Iglesia (el Pueblo de la Nueva Alianza) y en cada alma en particular.

¡El Señor exulta de gozo cuando los hombres se vuelven a Él! ¡Cuánta alegría reina en el cielo cuando un pecador se convierte (Lc 15,7) y qué día de fiesta es para Dios el momento en que los suyos dejan de cerrarse a la gracia y acogen la salvación!

Dios no se deja ganar en su misericordia. A Pedro, que lo había negado tres veces, el Resucitado le da la oportunidad de enmendar su pecado, permitiéndole expresar tres veces su amor por Él (Jn 21,15-18).

Santo Tomás de Aquino lo describe en estos bellos términos: “Si el alma, aun tras una grave caída, tiene una contrición ardiente que corresponde al grado de gracia que perdió, recuperará ese grado e incluso puede superarlo si posee una contrición aún más fuerte” (Tomás III a q. 89, a.2).

¿Qué sucedió con Pedro? ¡El Señor lo estableció como cabeza de su Iglesia!

Entendamos que Dios no abandona a nadie ni se cansa de luchar por él. Su mayor alegría y regocijo es que el hombre corresponda a su amor. Si nosotros mismos nos hemos vuelto negligentes en nuestro camino de seguimiento o incluso hemos caído en el pecado, podemos volver a levantarnos y seguir adelante.

Santo Tomás incluso nos anima diciéndonos que el alma no tendrá que empezar su ascenso desde el principio, sino que podrá retomarlo en el punto en que se encontraba antes de caer. El que da un paso equivocado a mitad de camino se levanta inmediatamente y continúa el ascenso (Tomás III a q. 89, a.2).

 

El Señor renueva su amor…