EL HILO DE ORO

“Un fino hilo de oro recorre nuestra vida. Si encontramos este hilo y lo seguimos, nuestra vida se vuelve menos tediosa y más fecunda. Este ‘hilo de oro’ es la guía del Espíritu Santo, que es sumamente fina y sutil. Cuando lo seguimos, todo lo que hacemos queda aún más marcado por lo sobrenatural y, en consecuencia, lo hacemos con más agilidad” (basado en una “palabra interior”).

Tanto la Sagrada Escritura como el Mensaje del Padre a Sor Eugenia nos recuerdan que Dios quiere asumir nuestra carga. Por tanto, no debemos agobiarnos ni apesadumbrarnos con cargas que ni siquiera somos capaces de llevar. Una y otra vez escuchamos la invitación del Señor: “Venid a mí todos los fatigados y agobiados, y yo os aliviaré” (Mt 11,28).

Con la ayuda de nuestro Padre, podemos encontrar una pista que nos señala el camino en nuestra vida, un “hilo de oro”. En otras palabras, reconocemos cómo el Espíritu Santo quiere guiarnos a lo largo de ese día. Cuando nos familiarizamos con su guía, se nos convierte en un “hilo de oro” que recorre toda nuestra vida.

Con el paso del tiempo, notaremos con creciente precisión si hemos encontrado la pista o si nuestra jornada estuvo definida por cargas que a menudo nos agobian.

La clave es el Espíritu Santo, que nos fue enviado por el Padre y el Hijo. Él toma las riendas en la vida de aquellos que han aprendido a prestarle atención. Es capaz de tomarlas a tal punto que llega a ser como un ángel que va por delante de nosotros, señalándonos el camino y llevándonos consigo.

De este modo, nuestra vida experimenta una transformación. Ya no seremos nosotros los que hagamos las cosas a partir de nuestras propias ideas y basados en nuestras propias fuerzas, aunque pidiendo ayuda al Espíritu Santo; sino que será Él mismo quien señale el camino y nosotros le seguimos.

Es algo similar a lo que sucede en el camino espiritual, cuando pasamos de la oración meditativa a la contemplativa.

¡El “hilo de oro” está ahí! Podemos encontrarlo, también en los quehaceres ordinarios de cada día, porque, como decía Santa Teresa de Ávila, “Dios también anda entre pucheros y ollas.”