Contado, pesado, dividido

Puesto que en los últimos días habíamos estado enfocados en la virtud de la fortaleza –que pudimos concluir con la vida de Santa Catalina de Alejandría, que es un verdadero ejemplo de valentía–, quisiera hoy “recuperar” la lectura del miércoles, que me parece muy significativa. 

Dan 5,1-6.13-14.16-17.23-28

En aquellos días, el rey Baltasar ofreció un banquete a mil nobles del reino, y se puso a beber delante de todos. Después de probar el vino, mandó traer los vasos de oro y plata que su padre, Nabucodonosor, había cogido en el templo de Jerusalén, para que bebieran en ellos el rey y los nobles, sus mujeres y concubinas. Cuando trajeron los vasos de oro que habían cogido en el templo de Jerusalén, brindaron con ellos el rey y sus nobles, sus mujeres y concubinas. Apurando el vino, alababan a los dioses de oro y plata, de bronce y hierro, de piedra y madera. De repente, aparecieron unos dedos de mano humana escribiendo sobre el revoco del muro del palacio, frente al candelabro, y el rey veía cómo escribían los dedos. Entonces su rostro palideció, la mente se le turbó, le faltaron las fuerzas, las rodillas le entrechocaban. Trajeron a Daniel ante el rey, y éste le preguntó: “¿Eres tú Daniel, uno de los judíos desterrados que trajo de Judea el rey, mi padre? Me han dicho que posees espíritu de profecía, inteligencia, prudencia y un saber extraordinario. Me han dicho que tú puedes interpretar sueños y resolver problemas; pues bien, si logras leer lo escrito y explicarme su sentido, te vestirás de púrpura, llevarás un collar de oro y ocuparás el tercer puesto en mi reino.” Entonces Daniel habló así al rey: “Quédate con tus dones y da a otro tus regalos. Yo leeré al rey lo escrito y le explicaré su sentido. Te has rebelado contra el Señor del cielo, has hecho traer los vasos de su templo, para brindar con ellos en compañía de tus nobles, tus mujeres y concubinas. Habéis alabado a dioses de oro y plata, de bronce y hierro, de piedra y madera, que ni ven, ni oyen, ni entienden; mientras que al Dios dueño de vuestra vida y vuestras empresas no lo has honrado. Por eso Dios ha enviado esa mano para escribir ese texto. Lo que está escrito es: ‘Contado, Pesado, Dividido.’ La interpretación es ésta: ‘Contado’: Dios ha contado los días de tu reinado y les ha señalado el límite; ‘Pesado’: te ha pesado en la balanza y te falta peso; ‘Dividido’: tu reino se ha dividido y se lo entregan a medos y persas.”

“¡De Dios nadie se burla!” (Gal 6,7) El rey Baltasar tuvo que aprender esta lección, así como también todos aquellos que, por imprudencia, ligereza o soberbia, transgreden los mandamientos de Dios. En el caso del rey Baltasar, probablemente se juntaron todos estos elementos. El vino puso lo demás, de manera que el rey pasó por alto cualquier señal de advertencia que pudo haber recibido.

Pero lo que no pudo pasar por alto fue la mano que le hizo ver con claridad que Dios estaba interviniendo. Daniel le reveló el sentido de las palabras que aquel dedo había escrito en el muro del palacio, le hizo ver su iniquidad y le anunció las consecuencias de sus actos. En alemán incluso se ha introducido en el lenguaje el término “menetekel”, que indica algo como un “mal presagio”.

¿Cuántas veces aparecerá esta escritura (contado, pesado, dividido) –aunque no sea de forma visible– para advertir a los poderosos de este mundo, cuando ellos no se interesan por los mandamientos de Dios e incluso inducen a otras personas a hacer el mal? ¿Cuáles serán las palabras que amenazan a aquellos que aprueban leyes que ponen en peligro la vida de los niños no nacidos; o, peor aún, a quienes hacen negocios o experimentos con los bebés abortados? ¿Cuál será la sentencia que se cierne sobre los presidentes que promueven el aborto con todos los medios que tienen a disposición? ¿Cuáles palabras están escritas sobre los pastores que no protegen ya al rebaño y que traicionan su vocación? 

“¡De Dios nadie se burla!” (Gal 6,7)

La fe no puede ser entendida si omitimos la dimensión del juicio. La misericordia se convertiría en un concepto sin contenido; la verdad degeneraría en un constructo meramente filosófico.

Es muy bueno que en estos días previos al Adviento, las lecturas bíblicas nos traigan a la memoria las así llamadas “postrimerías”. ¿Por qué la Sagrada Escritura nos habla de catástrofes, del Juicio Final, del castigo de los malvados y de la recompensa de los buenos? ¿Por qué la Palabra de Dios no duda en mostrarnos las consecuencias de actuar mal? ¿Será simplemente con el fin de amenazarnos o incluso por venganza?

¡No! ¡No es ésta la intención de Dios! Siempre y en todo lugar él llama a los hombres a la conversión. He aquí el concepto clave… ¿Por qué se nos transmite a nosotros, tantos siglos después, lo que sucedió en aquel entonces con el rey Baltasar? ¡Porque no es solamente una historia que incumbe al pueblo judío; sino que la Palabra de Dios nos ha sido dada como enseñanza para todos los tiempos!

La historia de este rey debe provocarnos un sano susto, al hacernos ver en qué desembocan la soberbia y la imprudencia, al mostrarnos lo que significa violar los mandamientos de Dios y al advertirnos de que ninguna potestad terrenal puede creer poder burlarse de Dios. No pueden hacerlo los gobernantes en el ámbito público, ni tampoco nosotros en nuestro ámbito privado.

El Juicio se acerca, y con él la justicia.

Pero el mensaje de consuelo es que antes viene el Redentor, el Salvador de las naciones… Cuanto más entendamos que las naciones han atraído sobre sí mismas una sentencia de juicio, tanto más podremos comprender el resplandor de la misericordia de Dios.

Viene Aquel que ha pagado la deuda de los hombres (Col 2,14); viene Aquel que puede borrar aquella sentencia de juicio y cuya mano quiere inscribir en nuestro corazón: “Tú eres mío, nadie podrá arrebatarte de Mi amor (cf. Jn 10,28)”.

Viene Aquel que nos llama a la conversión, el que puede sanar y liberar nuestra vida, el que hace nuevas todas las cosas.

Se presenta suplicante ante nuestros corazones y pide que le dejemos entrar. Con Él viene la bendición y la verdadera paz: paz con Dios, paz con el prójimo, paz con uno mismo.

Si le dejamos entrar, Él perdonará nuestra culpa, por muy grande que sea. Incluso un rey Baltasar podría salvarse; los heraldos de la cultura de la muerte podrían convertirse en testigos de la vida; los impuros, volverse castos; los soberbios, humildes; los tacaños, generosos; los perseguidores podrían convertirse en pregoneros del Reino de Dios…

Todo esto puede obrarlo Aquel para cuya Venida nos prepararemos en las próximas semanas y cuyo Retorno glorioso esperamos anhelantes. En Él resplandece la misericordia y el amor de Dios por los hombres. En Él brilla la luz de lo alto. ¡Él quiere salvar a todos los hombres! Dios tiene todo preparado para este banquete de reconciliación, si tan solo nosotros acogemos Su invitación.

Todo es posible cuando nos convertimos a Dios, porque Él nos ama. ¡Pero la condición es que nos convirtamos! ¡Más vale que lo hagamos hoy mismo, pues mañana podría ser demasiado tarde!

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