La reacción de la jerarquía eclesiástica ante las medidas contra el coronavirus desde principios de 2020 fue la de entrar en una funesta y muy concreta alianza entre Estado e Iglesia, que afectó a gran parte de la humanidad. Las directrices de los gobiernos y las instituciones internacionales fueron acatadas sin cuestionamientos.
El Papa Francisco incluso introdujo en el Vaticano una ordenanza según la cual los trabajadores y visitantes de la Ciudad del Vaticano debían presentar un certificado sanitario del Covid-19, que acreditara la vacunación o la inmunización tras haber pasado la enfermedad[1]. Aquellos funcionarios que se negaron a inocularse tuvieron que dimitir. El Sumo Pontífice no se mostró de ningún modo comprensivo con los sacerdotes que tenían objeciones frente a las medidas gubernamentales contra el coronavirus y, por ejemplo, seguían ofreciendo las celebraciones litúrgicas en países en los que el gobierno las había prohibido por los confinamientos.
Sin embargo, este no es el único caso en el que se pone de manifiesto esta funesta alianza. Una y otra vez, el Papa Francisco ha exhortado a los fieles a prestar obediencia a las instituciones internacionales y organismos supranacionales, sin mencionar una sola palabra sobre la agenda anticristiana que éstas persiguen en muchos ámbitos, por ejemplo, al fomentar el aborto[2]. Así, la obediencia a tales instituciones no puede en modo alguno prestarse de forma generalizada. Antes bien, es necesario examinar con un fino espíritu de discernimiento cuáles ordenes pueden acatarse y cuáles no.
Los 3 años de la crisis del Covid-19 han mostrado claramente que una cooperación tan estrecha entre la Iglesia y el Estado no sólo es infructuosa, sino que incluso puede ser perjudicial para la humanidad.
Recordemos la densa y gran sombra que la crisis del Covid proyectó sobre este mundo, cambiándolo en tan sólo unos días de una manera que hasta entonces nos resultaba inimaginable. Siguiendo el ejemplo de China, donde se produjo el brote del coronavirus que después se propagó a casi todos los países del mundo, se tomaron medidas drásticas para evitar su proliferación. La OMS declaró una emergencia global de salud pública, y la gran mayoría de los gobiernos siguieron sus instrucciones, que a partir de entonces comenzaron a determinar la vida de las personas.
Se quería inocular lo antes posible a toda la población mundial para contrarrestar el virus. Sin embargo, las promesas que se hicieron en relación a esta “vacuna”[3] y las falsas esperanzas que se crearon no resistieron a la realidad.
Muy pronto se constató que, después de vacunarse, las personas no quedaban protegidas del virus ni tampoco evitaban el contagio de otras[4]. Asimismo, las mascarillas que debían usarse obligatoriamente no ayudaron a impedir la proliferación del virus; sino que incluso tuvieron efectos nocivos para la salud[5]. Surgió un escenario muy atípico para estados liberales: aquellos científicos que advertían de la vacunación y predecían sus consecuencias negativas, de repente fueron marginalizados, a pesar de haber gozado hasta entonces de mucho prestigio[6]. Prácticamente se los tachaba de falsos profetas o “conspiranoicos”. Los tratamientos alternativos contra el Covid-19 fueron rechazados o incluso prohibidos, porque supuestamente no tenía aval científico.
En resumen, se permitía una única narrativa válida, que fue difundida con vehemencia y uniformidad por los medios de comunicación y los organismos públicos. Cualquier otra información o crítica de los métodos empleados se convertía rápidamente en objeto de sospechas.
A raíz de ello, se produjo un ambiente malsano en la sociedad, ya que las personas que, por razones de fe o de sentido común, se oponían a las medidas impuestas –especialmente a la “vacunación”–, a menudo eran excluidas de la vida pública. Un “no vacunado” era visto como un inconformista, como alguien que se comportaba de forma egoísta, irracional e irresponsable con la sociedad.
Ahora, tres años después, algunas de las personas que habían estado a favor de la inyección empiezan a darse cuenta de que cayeron en un engaño. Muchos sufrieron efectos negativos, ya sean de carácter físico o psicológico. Sin embargo, lamentablemente no se puede decir aún que esta toma de conciencia sea un fenómeno frecuente. ¡Una triste realidad!
Hasta ahora no se ha admitido lo suficiente que el número de muertes tras la vacunación ha aumentado en comparación con años previos[7], que el número de abortos espontáneos y muerte fetal ha incrementado[8], que cada vez hay más personas que sufren las consecuencias negativas de la inyección… Hubo manipulación estadística y corrupción de todo tipo. A los periodistas no se les permitía informar sobre los efectos negativos y a los sitios de internet se les exigía eliminar los reportes críticos.
Por cualquier medio, la falaz narrativa oficial debía mantenerse en pie.
Como mencioné al inicio, lamentablemente los líderes de la Iglesia participaron de buen grado en la difusión de la narrativa oficial y en la aplicación de las medidas correspondientes. Esto resulta aún más desconcertante al tener en cuenta que las cuatro inyecciones contra el Covid-19 con autorización condicional en Europa utilizaron líneas celulares de niños abortados, bien sea en su fase de desarrollo, en la producción o en las pruebas de laboratorio posteriores. Normalmente, esto representa un conflicto de conciencia para los fieles católicos. Sin embargo, justo antes de que comenzara la campaña de vacunación, la Congregación para la Doctrina de la Fe publicó una nota en la que se establecía que, en vista del peligro de esta pandemia, sería lícito someterse a una inyección moralmente cuestionable, porque la participación en el aborto provocado sería sólo “remota” e indirecta[9].
En ciertos casos, la promoción de la “vacuna” por parte de los líderes de la Iglesia alcanzó proporciones grotescas. En Viena, se habilitó la capilla de Santa Bárbara en la famosa Catedral de San Esteban como centro de vacunación, al que podían acudir las personas incluso durante las ceremonias religiosas para ser inoculadas.[10] Es decir, estos lugares sagrados fueron profanados, porque están reservados para la oración y no para una campaña de vacunación.
Gracias a Dios, hubo también algunas voces de advertencia en la jerarquía y en el clero de la Iglesia. En la carta “Veritas liberabit vos”, varios cardenales y obispos expresaron su preocupación frente a los acontecimientos que estaban teniendo lugar, y enfatizaron que era incompatible con la moral católica utilizar las líneas celulares embrionarias para fines médicos[11].
La afirmación del Papa Francisco de que “vacunarse (…) es un acto de amor: amor por uno mismo, amor por la familia y los amigos, amor por todos los pueblos” fue destructiva e indujo a error a muchas personas[12]. Su eslogan: “Es una elección ética porque estás jugando con tu salud, con tu vida, pero también estás jugando con la vida de los demás” [13] fue usada, por ejemplo, por la Pontificia Academia para la Vida.
El Papa no es simplemente una persona privada que puede sin más transmitir su opinión personal. Los fieles católicos están acostumbrados a obedecer al Papa y muchos lo consideran como un padre espiritual. Por tanto, si el Papa habló públicamente de esta manera, muchos católicos, incluso si antes estaban inseguros, ya no tuvieron ningún reparo a la hora de someterse a esta inyección. Por otra parte, con semejantes palabras el Sumo Pontífice acusaba indirectamente de atentar contra la caridad a aquellos fieles que tenían un punto de vista diferente y rechazaban la vacunación por motivos justificados. Se trata de una grave acusación para un cristiano, porque el amor al prójimo es un mandamiento divino que bajo ningún concepto se quiere violar.
Fue un capítulo particularmente triste en la historia de la Iglesia y una profunda herida en el Cuerpo Místico de Cristo que los sacerdotes y otros colaboradores de la Iglesia a menudo se hayan visto coaccionados por sus obispos para someterse a la inyección[14]. Incluso hubo casos en que los obispos se lo exigían ineludiblemente a los sacerdotes, alegando el principio de la obediencia. Por lo que sé, sucedió algo similar en un monasterio que conozco.
En estos tiempos de prueba que vivimos durante la así llamada pandemia, los líderes de la Iglesia no fueron de ninguna manera la voz profética que habría insistido públicamente en que debían encontrarse métodos para combatir el virus que no contradijeran sus principios morales. Las personas no encontraron orientación en la Iglesia, mucho menos aquellas que percibían que algo no estaba bien con esta inyección y con la forma en que se coaccionaba a los demás. ¡Y éstas no eran pocas!
Sobre todo, la jerarquía eclesiástica no se planteó la pregunta de por qué Dios habría permitido esta plaga; una pregunta tan esencial para una persona de fe. No se reflexionó sobre si tal vez la Iglesia misma había abierto espiritualmente las puertas a esta plaga, debido a las transgresiones que había cometido. Quizá entonces habría caído en cuenta que sólo pocas semanas antes había tenido lugar en el Vaticano el culto idolátrico a la Pachamama, que pudo haber ofendido a Dios hasta el punto de que retirara su mano protectora y permitiera la crisis del coronavirus.
Apenas se escucharon llamamientos a la oración, al ayuno y a la penitencia, para pedirle a Dios que ponga fin a esta plaga.
Así, pues, queda claro que las cabezas de la Iglesia actuaron como agentes de aquellos poderes que impusieron medidas draconianas a la humanidad: se cerraron las iglesias, se dejó de administrar temporalmente los sacramentos, se negó la comunión en la boca, se desfiguró la liturgia con el uso obligatorio de mascarillas, se sustituyó el agua bendita por gel desinfectante…
Urge que los responsables cobren conciencia de que, al igual que con las otras heridas infligidas a la Iglesia, se dejaron llevar por el espíritu y la actitud del mundo, fueron engañados y luego engañaron a otros. ¡Una toma de conciencia dolorosa, pero necesaria! Si no se lo admite, se seguirá cooperando con los poderes anticristianos.
Aunque las otras cuatro heridas que habíamos abordado anteriormente se referían a cuestiones más bien intraeclesiales, tienen en común con esta quinta herida ese “espíritu distinto” que habíamos identificado también en las anteriores. Existe un peligro real de que, si surgen sistemas de gobierno globales y anticristianos, amplios sectores de la jerarquía eclesiástica no los identifiquen como tales e incluso cooperen con ellos.
En tal caso, los fieles que no se dejen cegar tendrán que ir por un tiempo al “desierto espiritual”, como está descrito en el capítulo 12 del Libro del Apocalipsis.
[1] https://www.redaccionmedica.com/secciones/sanidad-hoy/el-papa-hace-obligatorio-el-certificado-covid-para-entrar-al-vaticano-6743
[2] En la rueda de prensa durante el vuelo de vuelta de Mozambique, Madagascar y Mauricio, el Papa Francisco dijo: “Las organizaciones internacionales, cuando las reconocemos y les damos la capacidad de juzgar a nivel internacional (…), cuando se pronuncian, si somos una única humanidad, debemos obedecer” (https://www.vatican.va/content/francesco/es/speeches/2019/september/documents/papa-francesco_20190910_voloritorno-madagascar.html).
[3] Puesto que las “vacunas” contra SARS-CoV-2 no son vacunas en el sentido convencional; sino “la administración de una sustancia experimental basada en material genético”, conforme a la definición del abogado Dr. Michael Brunner, optaré en adelante por el término “inyección”.
[4] En una carta de carácter urgente, más de 160 expertos calificaron las vacunas COVID de «innecesarias, ineficaces e inseguras» y causantes de «previsibles muertes masivas» (https://www.lifesitenews.com/news/160-experts-slam-covid-vaccines-as-unnecessary-ineffective-and-unsafe-in-powerful-letter)
[5] Un estudio de Stanford publicado en abril de 2021 demostraba que las mascarillas no ayudan a prevenir la propagación de las infecciones por coronavirus y que su uso incluso es perjudicial: https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pmc/articles/PMC7680614/
[6] El microbiólogo Prof. Sucharit Bhakdi, cuyos conocimientos científicos siempre fueron tenidos en alta estima hasta el momento en que criticó las vacunas contra el coronavirus, advirtió desde el principio de las posibles consecuencias de la vacunación. Recientemente ha sido juzgado como sospechoso de incitación al odio (https://diebasis-partei.de/2023/05/solidaritaet-mit-prof-sucharit-bhakdi/).
[7] En el caso de Alemania, se ha demostrado entretanto que en 2020, en plena “pandemia”, no hubo un exceso de mortalidad perceptible. A partir de la primavera de 2021 se produjo un aumento repentino y constante de la mortalidad, que evidentemente está en relación temporal con las vacunaciones.
[8] Se han producido más muertes fetales en mujeres embarazadas tras la vacunación con Covid-19 que en los últimos 30 años con todas las vacunas jamás administradas en su conjunto. Un estudio demuestra que entre el 82% y el 91% de las embarazadas sufren abortos tras la «vacuna» del Covid cuando el feto tiene menos de 20 semanas (https://magnetrack.klangoo.com/v1.1/track.ashx?e=AP_RA_CLK&p=5760969&d=5762399&c=c787d455-1fd6-444b-abe0-3f9cf6dff8ef&u=5030283d-9ae4-418a-af8f-66defabfc1a3&l=https%3A%2F%2Fwww.globalresearch.ca%2F2433-dead-babies-vaers-another-study-shows-mrna-shots-not-safe-pregnant-women%2F5760969&redir=https%3A%2F%2Fwww.globalresearch.ca%2F2620-dead-babies-vaers-covid-shots-more-fetal-deaths-11-months-than-past-30-years-following-all-vaccines-scotland-begins-investigation%2F5762399%3Futm_campaign%3Dmagnet%26utm_source%3Darticle_page%26utm_medium%3Drelated_articles).
[9] Congregación para la Doctrina de la Fe (2020), Nota sobre la moralidad del uso de algunas vacunas contra la Covid-19: “La razón fundamental para considerar moralmente lícito el uso de estas vacunas es que el tipo de cooperación al mal (cooperación material pasiva) del aborto provocado del que proceden estas mismas líneas celulares, por parte quienes utilizan las vacunas resultantes, es remota. El deber moral de evitar esa cooperación material pasiva no es vinculante si existe un peligro grave, como la propagación, por lo demás incontenible, de un agente patógeno grave”
[10] https://www.orderofmalta.int/es/noticias/vacunacion-en-viena-centro-abierto-en-la-catedral-de-san-esteban/
[11] En su llamamiento a la Iglesia y al mundo “Veritas liberabit vos”, los cardenales Müller y Zen, el arzobispo Vigano y el obispo Strickland, junto con numerosos médicos, abogados, periodistas y líderes católicos, afirmaban: “Recordemos también, como pastores, que para los católicos es moralmente inaceptable desarrollar o usar vacunas derivadas de material de fetos abortados.”
[12] https://www.vaticannews.va/es/papa/news/2021-08/papa-francisco-coronavirus-vacunarse-campana.html
[13] https://agn.gt/el-vaticano-comenzara-su-jornada-de-vacunacion-contra-el-covid-19-esta-semana/
[14] “A los que aún no se han vacunado, debo instarles encarecidamente a que lo hagan”. Recordar al clero la promesa de obediencia es algo que él “hace muy raramente”, dijo el obispo Fürst de la diócesis de Rotemburgo-Stuttgart en Alemania. Espera que su clero haga todo lo que pueda «de acción y de oraciones» para «ayudar a superar la pandemia y proteger a nuestros semejantes y, por tanto, a vacunarse» (https://www.katholisch.de/artikel/32441-erinnerung-an-gehorsam-bischof-fuerst-ruft-priester-zur-impfung-auf).