ALABANZA A DIOS PADRE

Después de haber meditado detalladamente cada parte de la alabanza a Dios Padre en el Himno a la Santísima Trinidad, queremos ahora concluir esta serie rezando esta alabanza en su integridad:

Alabado seas, Padre Eterno, Dios Santo, fuerte y vivo. No hay nadie como Tú y nada se compara a las obras que Tú has creado. Todos los pueblos vienen a adorarte y rinden gloria a Tu nombre, porque Tú eres el Dios Santo, vivo, veraz y bondadoso.

Creaste a los ángeles y hombres según tu imagen. Al hombre le diste el Paraíso para que viviera ante tu presencia en santidad y justicia. Mas el hombre no permaneció en su esplendor. Tentado por el Maligno, desobedeció a tu mandato y fue desterrado del Paraíso. Pero en tu constante bondad siempre has buscado al hombre. En el Paraíso exclamaste: ‘Adán, ¿dónde estás?’; salvaste a Noé del diluvio y a Lot, de la destrucción de la ciudad depravada. En Abrahán bendijiste a todos los pueblos.

Después Te creaste el pueblo Israel, que lleva Tu nombre inscrito y al que llamaste tu primogénito. En Egipto lo hiciste crecer, transformándolo en un gran pueblo, hasta que gritó a Ti en su opresión por el Faraón. Entonces lo sacaste con mano fuerte y lo llevaste al desierto con signos y milagros portentosos. En el monte revelaste a Tu siervo Moisés los mandamientos que habían estado oscurecidos en los corazones de los pueblos.

Pero una y otra vez Tu pueblo se rebeló contra Ti. En consecuencia, tuvo que atravesar durante cuarenta años el desierto – hasta que lo llevaste a la Tierra Prometida, por manos de Tu siervo Josué. Allí quisiste guiarlos por medio de Jueces, pero ellos quisieron tener reyes, como los otros pueblos. Entonces Tú les diste reyes, pero frecuentemente hacían lo que Te disgustaba. En tu bondad, enviaste a los profetas para devolverlos al camino correcto, ¡pero cuántas veces tu pueblo no escuchó sus palabras, sino que persiguió y mató a Tus enviados!

Mas al final de los tiempos enviaste a Tu Hijo –nuestro Señor Jesucristo– y Te exigiste a Ti mismo el sacrificio que Abrahán no tuvo que ofrecer. Entregaste a Tu Hijo Unigénito por la vida de todo el mundo, para que Tu pueblo y todos los pueblos de la Tierra encontraran en Él su salvación.

¿Cómo podremos jamás agradecerte, oh amado Padre, por Tu amor y Tu infinita misericordia? Por eso Te adoramos con todos los ángeles y santos, y glorificamos Tu excelso nombre con todos los que Te buscan, Te honran y Te escuchan.

Pedimos por nuestros hermanos y hermanas difuntos necesitados de purificación; por aquellos que no Te conocen, que viven confundidos y extraviados; y de manera especial por los que mantienen su corazón cerrado ante Ti. Pues Tú eres santo, Tú eres santo, Tú eres santo.”