AL FINAL DE LOS TIEMPOS ENVIASTE A TU HIJO

“Mas al final de los tiempos enviaste a Tu Hijo –nuestro Señor Jesucristo– y Te exigiste a Ti mismo el sacrificio que Abrahán no tuvo que ofrecer. Entregaste a Tu Hijo Unigénito por la vida de todo el mundo, para que Tu pueblo y todos los pueblos de la Tierra encontraran en Él su salvación” (Himno de Alabanza a la Santísima Trinidad).

En el Mensaje a la Madre Eugenia Ravasio, Dios Padre lo expresa en estos términos:

“Cuando constaté que ni los patriarcas, ni los profetas habían podido darme a conocer y hacerme amar entre los hombres, decidí venir Yo mismo.”

El amor de nuestro Padre llega hasta el extremo. Con tal de salvar a sus hijos, no se detiene ni siquiera ante la muerte, sino que, en la Persona de su Hijo, la asume por nuestra causa. En lo que sigue a continuación en el Mensaje del Padre, puede constatarse cuán abismal fue éste su amor:

“Pero, ¿cómo hacer para encontrarme en medio de los hombres? No había otro medio que el de ir yo mismo en la Segunda Persona de mi Divinidad. ¿Me reconocerán los hombres? ¿Me escucharán? Para mí nada del futuro estaba escondido; así que a estas dos preguntas me respondí Yo mismo: ‘Aun estando cerca de mí, ignorarán mi presencia. En mi Hijo me maltratarán, a pesar de todo el bien que les hará. En mi Hijo me calumniarán y me crucificarán para matarme’. Pero, ¿me detendré por esto? ¡No, mi amor por mis hijos, los hombres, es demasiado grande! No me rendí. Reconoced, pues, que os he amado, por así decir, más que a mi Hijo predilecto; o, mejor aún, más que a mí mismo.”

¿Qué más queda por decir? ¡Sólo adorar y agradecer infinitamente a Dios!