Adoración eucarística (Parte II)

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La adoración eucarística y la sanación interior

Muchas personas, y también nosotros, los fieles, solemos estar heridos en nuestro interior, porque no hemos recibido el suficiente amor o hemos experimentado un abuso del amor. Como consecuencia, pueden surgir graves deficiencias en el alma, y las emociones pueden sufrir tal trastorno, que estas personas muy heridas podrían llegar a cerrarse interiormente.

Si descubrimos en nosotros este tipo de emociones, podemos abrirlas a la fuerza sanadora del Sacramento, entregándoselas al Señor en la oración o invocando el nombre de Jesús en el silencio. De esta manera, podemos abarcar incluso aquellos campos inconscientes de nuestra alma, pidiéndole al Señor que sane las heridas interiores y disuelva las barreras que han resultado como consecuencia en nuestro interior. Esto implica también aquellas heridas inconscientes, que no sabemos cómo se produjeron pero sentimos sus efectos.

Allí, en la Eucaristía, resuenan y se actualizan de forma especial estas palabras del Señor: “Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os proporcionaré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera.” (Mt 11,28-29)

Esta suavidad del yugo de Jesús, que puede experimentarse particularmente en la Adoración silenciosa del Santísimo, es la que permite que las personas heridas se abran con más facilidad. La presencia eucarística es como un sol espiritual, que simplemente está ahí, y nosotros podemos dejarnos iluminar y calentar por él.

La sanación de las heridas interiores no es un asunto insignificante, porque a menudo estas heridas nos bloquean en la relación con Dios, con las personas y con nosotros mismos. Pongamos, por ejemplo, el caso de alguien que cree que no es amado, y este sentimiento lo domina o, al menos, aparece con frecuencia. Ésta es una de aquellas cargas que podemos llevar ante el Señor, y, con el tiempo, notaremos que allí, en el Santísimo, nos encontramos con un amor que sencillamente está para nosotros y nos envuelve. Volveremos al tema de la sanación interior en otro contexto, cuando toquemos algunos aspectos sobre la “evangelización de las profundidades“.

La adoración eucarística y el crecimiento en el camino espiritual

Para su desarrollo espiritual, el alma necesita momentos de silencio. Ella sufre bajo el constante bombardeo de estímulos, que la llevan a la dispersión y a la superficialidad. Asimismo, el alma necesita de una sana ascesis, para abrirse a aquellos contenidos que le ayudan en su camino espiritual, y evitar aquellos otros que no le ayudan. Dios habla más a través del silencio que en sucesos ruidosos. Recordemos al profeta Elías, que esperaba encontrar a Dios en el huracán, en el terremoto y en el fuego; pero finalmente lo reconoció en el susurro de una suave brisa, que se asemeja a la forma de actuar del Espíritu Santo (cf. 1Re 19,11-13).

La adoración eucarística en silencio nos invita a recorrer un camino interior; a adquirir una nueva sensibilidad para escuchar a Dios; a discernir e interiorizar ante Él las cosas que hemos vivido; a percibir más profundamente la presencia divina… La adoración eucarística es un anticipo de la eternidad, donde viviremos eternamente contemplando a Dios. Por supuesto que existe también una gran diferencia, que está en nuestra parte. Mientras estemos en la Tierra, vivimos de la fe y aún tenemos que luchar contra las distracciones; mientras que en la eternidad gozaremos de la visión beatífica de Dios; es decir, que lo contemplaremos sin velos.

La adoración en silencio es una luz espiritual, que aún no solemos ser capaces de acoger a plenitud. Por eso, en esta forma de oración silenciosa, fácilmente sucede que descubrimos nuestra inquietud e impulsividad; podemos sentir una especie de vacío interior e incluso tener la impresión de que no hace sentido estar ahí, y aparece el aburrimiento… Todos estos sentimientos hemos de colocarlos a los pies del Señor, en lugar de salir corriendo. ¡Dios sabrá tocarlos y transformarlos!

Antes de entrar a ver las diferentes formas de oración que se nos ofrecen para cultivar el diálogo con Dios, conviene que, en la meditación de mañana, hablemos sobre los así llamados “padecimientos de la oración”, que nos sobrevienen cuando queremos emprender seriamente un camino de oración. Esta orientación podrá ayudarnos a no caer en desánimo cuando nuestra oración no parece ser tan radiante y gratificante como quisiéramos y esperásemos que fuera.