ACEPTAR LAS CORRECCIONES PATERNALES

“A los que amo, los reprendo y corrijo” (Ap 3,19) –nos dice el Señor en el Libro del Apocalipsis, y es una gracia experimentarlo. En efecto, el amor de nuestro Padre a nosotros no sólo es un amor tierno y cálido que nos da seguridad y nos cobija; sino que es también un amor que nos forma. Él quiere educarnos para que avancemos en el camino espiritual.

Esta educación que el Padre nos ofrece puede darse de forma muy sutil e interiorizada. No son sólo las faltas más burdas y evidentes las que necesitan ser corregidas por Él, pues éstas también nosotros mismos empezaremos a notarlas con el paso del tiempo. Nuestro Padre quiere darnos un espíritu muy delicado, una sensibilidad interior que percibe aun las más mínimas desviaciones del amor e intenta enmendarlas.

¿No es acaso una muestra de gran confianza que el Padre nos eduque de esta manera? ¿No es una muestra de confianza que nos corrija, sabiendo bien cuán sensibles somos y con qué facilidad nos sentimos ofendidos y manipulados, y terminamos encerrándonos en nosotros mismos?

“Dios os trata como a hijos, ¿y qué hijo hay a quien su padre no corrija?” (Hb 12,7).

Aunque nuestra sensibilidad –a menudo excesiva– pueda ser un obstáculo para avanzar con mayor rapidez, nuestro Padre está muy interesado en nuestro crecimiento espiritual. En este sentido, el Apóstol Pablo dice a la comunidad de Corinto: “Os di a beber leche, no alimento sólido, pues todavía no podíais soportarlo” (1Cor 3,2).

Pero no debemos permanecer en este estado, porque, conforme a nuestra vocación, estamos llamados a llegar “al estado de hombre perfecto, a la plena madurez de Cristo, para que ya no seamos niños que van de un lado a otro y están zarandeados por cualquier corriente” (Ef 4,13-14).

Por tanto, hemos de prestar mucha atención a las correcciones paternales, aceptarlas y dejarnos formar por ellas.