LA VIDA ETERNA 

Alzando sus ojos al cielo, Jesús dijo: “Padre, glorifica a tu Hijo (…), por cuanto le diste autoridad sobre todo ser humano, para que Él dé vida eterna a todos los que Le has dado. Y ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado.” (Jn 17,2-3)

El Padre le ha dado a su Hijo el poder sobre todo ser humano. Sabemos de qué tipo de poder se trata: es el “poder del amor”. Cuando los fieles doblan sus rodillas ante Jesús, se postran ante un Rey que dio su vida por ellos y obtuvo así poder sobre sus corazones. Más que servir al Señor por temor a su majestad, nos adherimos a Él con gran amor.

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El combate por la pureza

Durante las tres últimas meditaciones, desarrollamos un consejo indirecto que nos da San Antonio Abad, un sabio padre del desierto. En este contexto, reflexionamos sobre el combate en lo que escuchamos, hablamos y miramos, y vimos cuán necesario es colocar estos importantes ámbitos de la vida humana bajo el dominio de Dios y defenderlos contra múltiples ataques.

“El que está sentado en el desierto y procura tener el corazón calmado, ha quedado a salvo de tres combates: el de la escucha, el del habla y el de la vista. Sólo le queda un combate por librar: la lucha contra la impureza.”

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