“Cuando me iba formando, y entretejiendo en lo profundo de la tierra, tus ojos veían mis acciones, se escribían todas en tu libro; calculados estaban mis días antes que llegase el primero” (Sal 138,16).
Si somos capaces de mirar más allá de nuestro estrecho horizonte y de la limitada percepción de nuestra vida, nos encontraremos con el amor de nuestro Padre, que trasciende el tiempo y el espacio. Desde siempre fuimos amados por Dios y desde toda la eternidad Él quiso que existiéramos. Así, un gran “sí” se alza sobre nuestra vida.