SABIDURÍA AL GOBERNAR

“Le diste el mando sobre las obras de tus manos, todo lo sometiste bajo sus pies. Rebaños de ovejas y toros, y hasta las bestias del campo, las aves del cielo, los peces del mar, todo lo sometiste bajo sus pies. Señor, Dios nuestro, qué admirable es tu nombre en toda la tierra, en toda la tierra” (Sal 8,7-10).

En muchos ámbitos, nosotros los hombres podemos tener parte en la gloria del Padre. Si permanecemos en el camino de Dios, lograremos ejercer de la manera que Él lo dispuso el dominio que nos ha encomendado sobre la Creación.

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POCO INFERIOR A LOS ÁNGELES 

“¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él; el ser humano, para darle poder? Lo hiciste poco inferior a los ángeles, lo coronaste de gloria y dignidad” (Sal 8,5-6).

¿Por qué nuestro Padre creó al hombre? Él, que posee la plenitud en sí mismo, que es perfecto, que no carece de nada ni precisa evolucionar… No hay otra razón que moviera a Dios a dar vida a la creación entera –y particularmente al hombre– que el misterio de su amor. Esta constatación es de una insondable profundidad, porque el amor impregna todas las obras visibles de Dios.

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El camino sencillo

Mt 11,25-27

En aquel tiempo, exclamó Jesús: “Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes y se las has revelado a gente sencilla. Sí, Padre, porque así te ha parecido bien. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, ni nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quiera revelarlo.”

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“YO SOY EL OCÉANO DE LA CARIDAD”

“Yo soy el Océano de la caridad” (Mensaje del Padre a Sor Eugenia Ravasio). 

Estas palabras del Padre Celestial a la Madre Eugenia Ravasio son una profunda invitación a sumergirnos confiada y totalmente en este océano. El amor de Dios es tan infinitamente grande que el Padre recurre a la comparación del océano para que intuyamos su grandeza, su inmensidad y su profundidad. Del mismo modo que la magnitud del océano –esta impetuosa creación de Dios– nos impacta, suscitando en nosotros un sentimiento de asombro y respeto, así quiere el Padre que la magnitud de su amor nos conmueva.

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La consecuencia de la verdad

Mt 11,20-24

En aquel tiempo, Jesús se puso a reprochar a las ciudades donde se habían realizado la mayoría de sus milagros, porque no se habían convertido: “¡Ay de ti, Corazín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que se han hecho en vosotros, hace tiempo que se habrían convertido, cubiertos de sayal y sentados en ceniza.

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LAS CAÑADAS OSCURAS

“Aunque camine por cañadas oscuras nada temo, porque tú vas conmigo: tu vara y tu cayado me sosiegan” (Sal 23,4).

Tras haber perdido el Paraíso con la caída en el pecado, la vida en la Tierra no siempre transcurre bajo el radiante sol, como ciertamente todos hemos tenido que experimentar. También tenemos que atravesar cañadas oscuras, que nos infunden temor. Sin embargo, Jesús nos asegura: “En el mundo tendréis sufrimientos, pero confiad: yo he vencido al mundo” (Jn 16,33).

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A Dios le corresponde el primer lugar

Mt 10,34—11,1

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “No penséis que he venido a traer paz a la tierra. No he venido a traer paz, sino espada. Sí, he venido a enfrentar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con su suegra; y los enemigos del hombre serán los de su propia familia. El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí.

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LIBERTAD EN DIOS

“No debéis temer como esclavos al Padre que os ama hasta el extremo” (Palabra interior).

Podemos imaginar cómo se siente cuando amamos de corazón a una persona y estamos dispuestos a hacer todo lo posible por ella, pero ella nos tiene miedo y se comporta como si la oprimiéramos. ¡Eso duele y nos sentimos incomprendidos! Además, no puede desarrollarse en tales circunstancias una verdadera relación de amor y confianza.

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