YO SOY EL SANTO EN MEDIO DE TI

 “No ejecutaré el furor de Mi ira; no volveré a destruir a Efraín. Porque Yo soy Dios y no hombre, el Santo en medio de ti, y no vendré con furor” (Os 11,9).

Sin duda muchos actos cometidos por el hombre atraen la ira de Dios, pues Él es misericordioso pero también justo. Recordemos, por ejemplo, cómo Jesús expulsó a los mercaderes del Templo (Jn 2,14-16), porque éstos, en lugar de adorar a Dios, hacían sus negocios en el recinto sacro, contribuyendo así a su profanación.

Pensemos también en tantos pecados que ofenden al Señor, entre los cuales sabemos que particularmente la idolatría –tras la cual se ocultan los demonios– suscita la ira de Dios.

Sin embargo, a diferencia de cómo suele representarse a las deidades paganas, nuestro Padre no es un Dios iracundo, que castiga arbitrariamente al hombre. ¡Pero es un Dios justo! Las transgresiones del hombre requieren perdón y expiación, sobre todo cuando son pecados graves. Mientras la persona no acoja la reconciliación que se le ofrece en Cristo, vive, por así decir, “bajo la ira de Dios” (cf. Jn 3,36). Esto significa que el amor y la presencia del Redentor –que nos justifica y nos reconcilia con Dios– no pueden penetrar en su corazón, y los poderes de las tinieblas tienen libre acceso a su vida, para confundirla y esclavizarla.

¡Pero no es ésa la intención de nuestro Padre! Él –el Santo en medio de nosotros– actúa conforme al amor eterno, que es Él mismo (1Jn 4,16b). Y este amor no quiere castigar; sino perdonar y salvar (cf. Ez 33,11). Así, carga sobre sí mismo el peso de la culpa de la humanidad y quiere conducir de regreso a casa a todos los hombres, aun al mayor pecador. Y este amor sufre cuando es rechazado.

“La misericordia prevalece frente al juicio” (St 2,13). Por eso Dios no viene en el furor de su ira, sino como el “Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Jn 1,29b).

Si el mundo no acoge esta gracia, permanece bajo la ira de Dios…