“YO SERÉ VUESTRO TODO”

“¡Yo seré vuestro Todo, y os bastaré para todo!” (Mensaje del Padre a Sor Eugenia Ravasio).

Es una promesa que nuestro Padre hace a los “hijos de su amor”; es decir, a los religiosos y religiosas. Pero ciertamente no se limita sólo a ellos, aunque a ellos se dirija de forma particular.

Que Dios “sea nuestro todo” significa que no hay nada que Él no pueda ser para el hombre. Ni siquiera el maravilloso amor conyugal, que une de un modo único a dos personas aquí en la tierra y representa la mayor felicidad a nivel terrenal, puede llegar a ser “nuestro todo”.

El “todo” de Dios, en cambio, abarca el tiempo y la eternidad, el pasado y el futuro, el cielo y la tierra. Nos encontramos en Él con el amor mismo, un amor que jamás se extingue y que, si le correspondemos, se nos comunica cada vez más abundantemente; un amor que, en la eternidad, llegará a su culmen para nosotros en un gozo inimaginable.

“Me estrechas detrás y delante, me cubres con tu palma. Cuando, en lo oculto, me iba formando,
y entretejiendo en lo profundo de la tierra, tus ojos veían mis acciones, se escribían todas en tu libro; calculados estaban mis días antes que llegase el primero”
(Sal 138,5.15-16).

Sea lo que sea que emprenda aquel para quien el Padre se ha convertido en su “todo”, el Padre le bastará para todo. Aun la escasez terrenal se convierte para él en ganancia; incluso sus lados sombríos no lo engullirán:

“Si digo: ‘que al menos la tiniebla me encubra, que la luz se haga noche en torno a mí’, ni la tiniebla es oscura para ti, la noche es clara como el día” (Sal 138,11).

El Padre se ha convertido en “nuestro todo”, y este “todo” nos hace felices. Así, la búsqueda e inquietud del alma empieza a ceder; ya no deambulamos ansiosos en busca de las satisfacciones de la vida, porque en toda parte nos encontramos con el amor de Dios, que siempre es más grande de lo que podríamos anhelar. Entonces habremos llegado a la “casa del Señor” y comienza un nuevo viaje: el camino de abrazar cada vez más nuestro “todo”, de conocerlo más profundamente, de honrarlo y de amarlo. ¡Y eso nos bastará para todo!