Quien lleve un buen tiempo siguiendo mis meditaciones diarias, sabrá que el día 7 de cada mes está reservado a reflexionar sobre un pasaje del Mensaje de Dios Padre a la Madre Eugenia Ravasio (una revelación privada que ha sido aprobada por la Iglesia). Algunas personas se muestran escépticas ante las revelaciones privadas, y argumentan que –a diferencia de la Sagrada Escritura y de la doctrina de la Iglesia– éstas no forman parte del depósito de la fe y, por tanto, no son vinculantes para los fieles. Podemos respetar una postura tal. Pero ¿es realmente el escepticismo y el rechazo la actitud adecuada cuando la Iglesia ha examinado y aprobado una revelación privada? ¡Cuántos mensajes importantes han marcado la vida de la Iglesia!
En este punto, yo tengo una postura distinta. Si un mensaje en verdad procede de Dios y ha sido examinado minuciosamente por la Iglesia –como es el caso del Mensaje de Dios Padre a Sor Eugenia–, me parece inapropiado rechazarlo, en lugar de acogerlo como un regalo del Señor. De hecho, no se trata de que las revelaciones privadas sean una “nueva revelación”; sino que muchas veces vienen a recordar verdades que han sido olvidadas o puestas en segundo plano; u ofrecen ciertos consejos para profundizar la fe; o dan instrucciones concretas para evitar que se imponga una ideología política contraria a Dios y para ofrecer resistencia a una ocupación extranjera, como es el caso del mensaje de Fátima. Las apariciones y los mensajes auténticos forman parte de la dimensión profética de la Iglesia, y los fieles somos invitados a prestarles oído. Si no fuese así, ¿por qué Dios se manifestaría de esta forma?
En el caso del Mensaje del Padre, se trata de una pura declaración de amor de Dios Padre a Sus hijos. Él quiere recordarnos y hacernos cobrar consciencia de cuánto nos ama. Jesús mismo señala que vendrán tiempos en los que “la caridad de muchos se enfriará” (Mt 24,12). El Padre ve que esto sucede y así nos dice:
“Ahora este amor está olvidado. Quiero recordároslo para que aprendáis a conocerme tal como soy. No debéis estar atemorizados como esclavos, ante un Padre que os ama hasta este punto.”
¡Ésta es la intención de Dios! A través de esta aparición y del Mensaje que le comunicó a Sor Eugenia, Él quiere recordarles a los hombres que los ama y no los ha olvidado. ¡Cuán importante y fundamental es este mensaje! Es tan sencillo y a la vez tan profundo. El hombre ha sido creado para el amor, y sin el amor se marchita. Con justa razón, podemos decir que, en el fondo, los innumerables problemas de los hombres proceden de una falta de amor verdadero. Y, en lo más profundo, esta carencia radica en que no comprendemos bien el amor que Dios nos tiene, y quizá incluso estemos ante Él “atemorizados como esclavos”.
En la muerte de Jesús en la Cruz, podemos ver hasta qué punto nos ha amado el Padre. Pero Él quiere dejárnoslo en claro una vez más. Fue Él quien envió a Su Hijo para la redención del mundo. El hombre debe recordar y jamás olvidar que es un hijo del amor de Dios, querido y aceptado por Él.
Sabemos muy bien que muchas personas no lo saben, o no lo tienen presente y no lo sienten así. Incluso puede sucederles a los fieles. Quizá lo saben por fe, pero esta verdad no penetra en ellos hasta el punto de estar seguros de este amor y partir de él para entender las cosas, aunque sean experiencias difíciles, golpes del destino y amenazas de dentro y de fuera.
Continúa diciendo el Mensaje del Padre:
“¡Oh, Mi amor de Padre ha sido olvidado por los hombres! Sin embargo, ¡Yo os amo tan tiernamente! En Mi Hijo –es decir, en la Persona de mi Hijo hecho hombre–, ¿qué no he hecho aún? La divinidad se veló en la humanidad: se hizo pequeña, pobre y humillada. Con Mi Hijo Jesús, llevé una vida de sacrificio y de trabajo. Acogí Sus oraciones, para que el hombre tenga un camino trazado que le permita andar siempre en la justicia, a fin de llegar a salvo a Mí.”
En la meditación de ayer, habíamos hablado sobre la “Vía Sacra”, el camino santo que nos fue abierto en el Señor. En las palabras que acabamos de escuchar, el Padre nos comunica que este camino que nos fue trazado es el fruto de Su amor paternal.
Estamos en el Tiempo de Adviento y nos acercamos a la Fiesta del Nacimiento del Hijo de Dios. ¡Cuán compasivo es el amor de nuestro Padre, al enviarnos a Su propio Hijo hecho hombre, para que podamos entenderlo! No obstante, fácilmente esta intención más profunda que mueve a Dios y Su amor salvífico caen en el olvido. El ajetreo de este mundo y las festividades externas pueden distraernos de esta verdad.
Entonces, quisiera invitar a nuestra “Familia de Abba” y a todas las personas que me escuchan a que, en este Tiempo de Adviento y en la Navidad, meditemos de forma especial sobre el amor de nuestro Padre, de quien procede todo este acontecimiento. Cada paso y cada obra, nuestro Salvador lo hizo con la mirada puesta en la Voluntad del Padre. Y es el Espíritu Santo quien nos lo quiere dar a entender más a profundidad.
Acojamos profundamente en nuestro corazón estas sencillas palabras de la meditación de hoy, y permitamos que a través de ellas Dios nos toque más y que sepamos interiorizar cada vez más la realidad de que somos hijos amados del Padre:
“¡Yo os amo tan tiernamente!”
Un aviso final: Durante los últimos meses, desde que concluimos la Novena a Dios Padre, habíamos invitado a aquellos que se sintieron particularmente llamados a honrar a la Primera Persona de la Santísima Trinidad a que se reportaran con nosotros, como representantes de su respectiva nación, para que juntos le demos a nuestro Padre Celestial aquel culto y amor que Él pide en el Mensaje dado a la Madre Eugenia Ravasio. Si alguien no había escuchado esta invitación y también quisiera formar parte de esta “Obra de amor” del Padre Celestial, aún puede enviarnos un correo a la siguiente dirección, señalando su nombre y el país de donde viene: contact@jemael.org