YELMO Y ESPADA

“Recibid también el yelmo de la salvación y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios” (Ef 6,17).

Una vez más, nuestro Padre nos provee de todo lo necesario para el duro combate. Como yelmo, nos ofrece la salvación en Cristo.

Sabemos que en el combate espiritual muchos de los ataques vienen a través de los pensamientos. El Adversario quiere influir en nosotros con pensamientos equivocados, apartándonos así de Dios. No son sólo los malos pensamientos o las quimeras los que nos impiden concentrarnos en el Señor, sino también los numerosos pensamientos inútiles, los sueños e ilusiones que dejan nuestra alma vacía. Por tanto, nuestra cabeza necesita una protección especial y debe estar rodeada por el yelmo de la salvación, para que siempre examinemos y ordenemos nuestros pensamientos a la luz de Dios y no demos cabida a los pensamientos nocivos.

La Palabra de Dios, en cambio, siendo la espada, es un arma de ataque. Difunde luz y claridad y atraviesa la oscuridad y la penumbra de la mentira y del engaño. Nos ha sido dada para que nos instruya y, si la interiorizamos a diario, se convertirá para nosotros en fuente de verdad y nos enseñará el discernimiento de los espíritus.

La Palabra ha de ser anunciada. Puesto que no es palabra humana, penetra en el alma y el espíritu (cf. Hb 4,12) y llama a los hombres a volverse a Dios y a obedecer su santa Palabra. Incluso tiene la fuerza de cambiar en un solo instante la vida y el rumbo de una persona.

La espada del Espíritu debe acompañarnos siempre. Así como los caballeros nunca habrían dejado su espada, sino que siempre querían tenerla al alcance, así hemos de hacerlo nosotros con la Palabra de Dios. Siempre debe acompañarnos: debemos leerla, meditarla y moverla en el corazón como la Virgen María (cf. Lc 2,19). Y también debemos transmitírsela a las otras personas de forma adecuada. Tal vez el Señor las salve de esta manera.