“Mi pasado ya no me preocupa; pertenece a la misericordia divina. Mi futuro no me preocupa todavía; pertenece a la providencia divina. Lo que me preocupa y me exige es el hoy, que pertenece a la gracia de Dios y a la entrega de mi corazón, de mi buena voluntad” (San Francisco de Sales).
Sabio es aquel que pone en práctica en su vida esta máxima, porque, una vez que hemos colocado nuestro pasado bajo la misericordia de Dios, nos volvemos libres. No pocas veces, el enemigo del género humano intenta agobiar nuestra alma y se presenta ante nosotros como acusador. Pero cuando hemos comprendido el inmenso regalo que el Padre nos ofrece en su misericordia y su perdón, nuestra alma puede levantarse y, olvidando lo que queda atrás, lanzarse hacia lo que está por delante, como San Pablo lo expresa con tanto acierto (Fil 3,13).
El segundo consejo de San Francisco de Sales no es menos importante que el primero. A menudo nos vemos tentados a imaginarnos el futuro, a construirlo con nuestras propias ideas y a dejarnos absorber por lo que supuestamente tenemos por delante, lo cual fácilmente nos llena de preocupaciones innecesarias. A lo que se refiere San Francisco es especialmente a ese hábito de imaginarnos llenos de ansiedad lo que podría suceder en el futuro, lo cual nos ata y nos roba la fuerza de confiar y abandonarnos a la bondadosa providencia de nuestro Padre. En cambio, si dejamos el futuro en manos de Dios, crece nuestra libertad y podemos centrarnos en lo esencial.
Así, pues, nos queda enfocarnos en el hoy. ¡Este es el día que se nos ha encomendado y pertenece a la gracia de Dios! Si aprendemos a percibir esta gracia, a dejarnos guiar por ella y a entregarnos confiadamente a nuestro Padre, nuestra vida se volverá dócil y flexible. Cada día adquirirá un sentido sobrenatural, aunque esté lleno de dificultades que superar. Si nos tomamos a pecho estos consejos de San Francisco de Sales, tendremos a disposición toda la fuerza necesaria para afrontar el día de hoy y hacerlo fructífero.