«Os ofrezco constantemente nuevas gracias y os traigo a la memoria aquellas que dejáis pasar sin aprovecharlas para vuestras almas» (Mensaje de Dios Padre a Sor Eugenia Ravasio).
La amorosa preocupación de nuestro Padre por nosotros es insuperable. ¿Quién podría negarla si ha aprendido a ver la vida desde la perspectiva de Dios? Previamente a la frase de hoy, nuestro Padre nos recuerda en el Mensaje que Él nos ha concedido el gran tesoro de nuestra alma, que procede de Él. En cuanto una persona viene al mundo, porta dentro de sí este tesoro, esta belleza que viene de Dios y que asemeja el alma a Dios.
Nuestro Padre quiere seguir enriqueciendo este tesoro con todos los dones que nos ofrece. Se preocupa más por el alma que por el cuerpo, ya que este último está sujeto a la corrupción. Sin embargo, aun siendo pasajero, el cuerpo no escapa a su amoroso cuidado. El Padre nos concede el aire, la lluvia, el sol, el frío, el calor y todo lo que necesitamos para nuestra vida natural. Para la vida del alma, nuestro Padre, en su amor, ha dispuesto los mandamientos, la oración, el Santo Sacrificio de la Misa y muchas otras gracias.
Si interiorizamos su Providencia, no tendremos que estar preocupados, sino atentos para reconocer las gracias que el Señor nos ofrece y cooperar con ellas. Si nuestro Padre nos trae a la memoria aquellas gracias que hemos desaprovechado, lo hace para darnos la oportunidad de recuperar lo perdido e incluso hacer más. El arrepentimiento por haberlas dejado pasar, por no haber aprovechado la «hora de la gracia», despertará en nosotros una mayor vigilancia para no volver a desaprovechar las bendiciones de Dios. Al mismo tiempo, esto acrecienta nuestro amor, pues reconocemos lo que el Señor hubiera querido darnos. Se trata, pues, de una constatación importante para alabar la generosidad de nuestro Padre y, por tanto, crecer en el amor por Él. La humildad, por su parte, nos enseñará a pedirle con insistencia que nos ayude para que la próxima vez no dejemos pasar sus gracias.