“Presta mucha atención a cada paso. Siempre debes estar vigilante” (Palabra interior).
La vigilancia es un concepto clave para nuestra vida espiritual.
Si hemos despertado al amor de nuestro Padre, el Espíritu Santo nos enseñará constantemente a estar vigilantes. De hecho, la vigilancia está estrechamente relacionada con el amor. Sabemos lo que obran en nosotros los dones del Espíritu Santo: el don de temor de Dios, que nos mueve a evitar todo aquello que podría ofenderle; el don de piedad, que se esfuerza por hacer todo lo que le agrada; el don de consejo, que nos instruye sobre lo que es justo a los ojos de Dios en la situación dada, etc.
La vigilancia nos acompaña a lo largo de todo el día y no permite que nos durmamos espiritualmente, es decir, que Dios pase a un segundo plano y las cosas terrenales al primero. Al ocuparnos demasiado de estas últimas, el alma se vuelve perezosa y aletargada. Y un alma perezosa y aletargada es mucho más susceptible a la tentación y se debilita cada vez más.
De acuerdo con la palabra de hoy, debemos prestar mucha atención a cada uno de nuestros pasos, examinando que se muevan en la dirección correcta, hacia nuestro Padre, y de que no se descarríen. Esta vigilancia debe comenzar ya al despertar, entregando el día que tenemos por delante inmediatamente a Dios en la oración. Continúa al reservar celosamente un tiempo para la oración, aunque solo pueda ser breve debido a nuestras circunstancias de vida. Luego hemos de prestar atención a nuestros pensamientos, para que no se dispersen ni se entreguen a preocupaciones innecesarias. Si comenzamos el día vigilando así sobre nuestros primeros pasos, estaremos en buenas condiciones para prestar atención a la amorosa guía de nuestro Padre y para que la jornada sea fructífera en la vigilancia del amor.