VÍA CRUCIS
XIV Estación: “Jesús es sepultado”
V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi (Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos)
R. Quia per Crucem tuam redemisti mundum (Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo).
“Informado por el centurión [de que Jesús había muerto, Pilato] entregó el cuerpo muerto a José. Entonces éste, después de comprar una sábana, lo descolgó y lo envolvió en ella, lo depositó en un sepulcro que estaba excavado en una roca e hizo rodar una piedra a la entrada del sepulcro. María Magdalena y María la de José observaban dónde lo colocaban” (Mc 15,45-47).
Todo está cumplido. José de Arimatea, un hombre justo y miembro del Consejo, que no había aprobado la decisión ni el proceder del Sanedrín (Lc 23, 51), pone a disposición su propia tumba para que el cuerpo de Jesús sea colocado en ella.
El duelo de las mujeres es enorme. Ciertamente no todas comprenden aún el significado y la magnitud de la muerte de Jesús en su totalidad, pero ya tienen una luz. Todas saben que fue murió inocentemente, conocen cuánto bien hizo, cuánto consuelo trajo a las personas y cuáles eran sus enseñanzas. Ahora experimentan la muerte de alguien a quien amaban. Pero tienen la certeza de que las almas de los justos están en las manos de Dios.
Muy pronto, cuando la noche se desvanezca y alboree la eterna mañana, se revelará el significado de aquella muerte. Muy pronto verán la luz de la Resurrección, como los cristianos ortodoxos que aguardan hoy en Jerusalén el milagro del Fuego Santo, que encenderá las velas preparadas en la Tumba de Cristo.
Jesús prepara una morada para los suyos, como aseguró a los discípulos (cf. Jn 14, 2). Por eso podemos afrontar la muerte confiadamente y con firme fe.
«¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está, infierno, tu aguijón?» (1 Cor 15, 55). Esta gloriosa exclamación escucharemos en la Vigilia Pascual. ¡La muerte ha sido vencida! Por ello, el miedo a la muerte tiene que ceder cada vez más si vivimos profundamente unidos a Dios.
Oración: “Señor, concédenos clemente la salvación y la paz, para que tu Iglesia, tras haber superado todos los obstáculos y errores, te sirva en plena libertad, por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.”
Padre Nuestro, Ave María y Gloria