V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi (Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos)
R. Quia per Crucem tuam redemisti mundum (Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo).
En Verónica, Jesús encuentra un alma bondadosa, un alma que se compadece de Él. Ella no se burla de Él, no le da la espalda ni le es indiferente. Le muestra su corazón con ese gesto de amor y compasión al ofrecerle un pañuelo. Jesús comprende el gesto e imprime su faz en el paño. Deja marcada una profunda huella de su ser en aquella alma piadosa.
También nosotros estamos llamados a esta actitud de amor hacia el Señor, reconociéndolo en el sufrimiento y en los sufrientes de este mundo. Una palabra de aliento, un gesto de compasión, la ayuda adecuada en el momento oportuno… Estos sencillos actos de amor glorifican al Hijo de Dios. Cada vez que actuamos movidos por este amor, la faz del Señor se imprime más profundamente en nuestra alma, nos volvemos más amorosos y nos asemejamos más a Jesús.
Él acepta con gran amor y atención estos gestos. De hecho, no son muchos los que le acompañan en su camino al Calvario. Muchos de los que le veían pasar se habrán mostrado indiferentes o incluso se habrán dejado contagiar del odio y el desprecio de sus acusadores y verdugos.
“No tenía apariencia ni presencia; (le vimos) y no tenía aspecto que pudiésemos estimar. Despreciado y desecho de hombres, varón de dolores y sabedor de dolencias, como uno ante quien se oculta el rostro, despreciable, y no le tuvimos en cuenta” (Is 53,2b-3).
Pero aquellos que le abran el corazón, recibirán su agradecimiento.
Oración: “Señor, concédenos clemente la salvación y la paz, para que tu Iglesia, tras haber superado todos los obstáculos y errores, te sirva en plena libertad, por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.”
Padre Nuestro, Ave María y Gloria