V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi (Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos)
R. Quia per Crucem tuam redemisti mundum (Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo).
Un encuentro de gran profundidad… La Madre ve a su Hijo sufriente.
Ella había dicho «sí» a la voluntad del Padre y comprendía que su Hijo era el Redentor del mundo. Ahora le ve recorriendo este camino de humillación para enaltecernos a nosotros, los hombres, tal como el anciano Simeón le había predicho:
“Éste está destinado para caída y elevación de muchos en Israel, y como signo de contradicción – ¡a ti misma una espada te atravesará el alma!” (Lc 2,34-35).
Pero, aun en medio de su dolor, la mirada de María permanece fija en el Padre, sabiendo que este sufrimiento contribuye a la Redención de la humanidad. Así, incluso en esta hora dolorosa, ella pronuncia su «fiat» a la voluntad del Padre.
Para Jesús, ver a su Madre supone un dolor y un consuelo a la vez. ¿Qué hijo no querría ahorrar tal sufrimiento a su madre? Sin embargo, su presencia también le reconforta: en ella Jesús ve un alma fiel, que le acompaña hasta la muerte, que persevera con Él hasta el final.
Jesús sabe que ella pronuncia junto a Él su «sí» a la voluntad del Padre en aquella hora difícil. Así, en este Vía Crucis, el uno se convierte para el otro en consuelo y fortaleza, unidos en el amor a Dios, nuestro Padre, y en el amor por los hombres.
En nuestro camino de seguimiento de su Hijo, la Virgen María nos acompañará y será nuestro consuelo y fortaleza. Asimismo, permanecerá con la Iglesia hasta el final de su Vía Crucis y estará presente en su resurrección.
Oración: “Señor, concédenos clemente la salvación y la paz, para que tu Iglesia, tras haber superado todos los obstáculos y errores, te sirva en plena libertad, por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.”
Padre Nuestro, Ave María y Gloria