“VERDADERA UNIDAD”  

«¿No tenemos todos nosotros un mismo Padre? ¿No nos ha creado el mismo Dios?» (Mal 2,10).

En estas palabras, amado Padre, vislumbramos la unidad entre todos los hombres, tal y como Tú la dispusiste. Todos hemos sido creados a tu imagen y semejanza, y todos estamos llamados a estar contigo en la eternidad. Sin embargo, esto solo puede suceder si vivimos conforme al orden que Tú has establecido. Puesto que nos has creado con libre albedrío, podemos fallar en nuestra meta si abusamos de la libertad que nos has otorgado.

En el Mensaje a la Madre Eugenia afirmas: “Finalmente, la creación del hombre… ¡Me complací en Mi obra! Luego el hombre cometió el pecado, pero precisamente entonces se manifiesta mi infinita bondad.”

Entonces, nuestro Padre salió en busca de sus hijos, que ya no vivían en la comunión paradisíaca con Él y atrajeron sobre sí todas las consecuencias del pecado que aún hoy sufrimos. Esta búsqueda nunca cesó, ya que nuestro Padre quiere unir en sí mismo a todos los hombres que redimió mediante la sangre de su Hijo.

Así oró Jesús al Padre antes de su Pasión: “Que según el poder que le has dado sobre toda carne, [tu Hijo] dé también vida eterna a todos los que tú le has dado” (Jn 17,2). Y más adelante le suplicó: “Padre santo, cuida en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno como nosotros” (v. 11b). Y añadió Jesús: “No ruego sólo por éstos, sino también por aquellos que, por medio de su palabra, creerán en mí, para que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros” (vv. 20-21).

Así, amado Padre, nos has trazado el camino hacia la verdadera unidad y fraternidad entre los hombres: tu Hijo Jesucristo. A través de Él, podemos volver a ti en el tiempo y en la eternidad. Concede, amado Padre, que a través de nuestra vida los hombres experimenten tu amor y puedan exclamar como San Agustín: “¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé!”