2Tim 2,8-13
Querido hermano: Acuérdate de Jesucristo, resucitado de entre los muertos, descendiente de David, según mi Evangelio. Por él estoy sufriendo en la cárcel, como si fuera un malhechor; pero la palabra de Dios no está encadenada. Así que todo lo soporto por los elegidos, para que también ellos alcancen la salvación y la gloria eterna que están en Cristo Jesús. Es cierta esta afirmación: Si hemos muerto con él, también viviremos con él; si nos mantenemos firmes, también reinaremos con él; si le negamos, también él nos negará; si somos infieles, él permanece fiel, pues no puede negarse a sí mismo.
¡Cuán importante es para el Apóstol que la Palabra de Dios no sea encadenada! ¡Ella ha de permanecer libre, y hallar su camino para llegar a las personas! En ese sentido, podemos estar contentos de tener la oportunidad de emplear los medios de comunicación modernos para la gloria de Dios. De hecho, hemos de aprovechar esta libertad mientras aún la tengamos; mientras los poderes enemigos no se apoderen de todos los medios para impedir que la Palabra de Dios y la verdad sean dadas a conocer. Si algún día cambian las cosas, Dios mostrará otros caminos a través de los cuales su Palabra podrá difundirse. ¡Las personas han de enterarse de la salvación en Cristo Jesús y han de alcanzarla! Para ello, el Apóstol está dispuesto a darlo todo.
San Pablo dice que, aunque nosotros seamos infieles, Dios permanece fiel. ¡Que Dios nos preserve de caer en infidelidad! Aunque podamos contar con toda certeza con la fidelidad de Dios, hemos de poner todos nuestros esfuerzos en permanecerle fieles, en todo momento y bajo cualquier circunstancia.
En nuestros tiempos es particularmente importante que nos mantengamos fieles al evangelio, ahora cuando el espíritu del relativismo se prolifera en el mundo y se ha adentrado aun en la Iglesia.
Nunca nos olvidemos de que la Sagrada Escritura y la auténtica doctrina de la Iglesia no sólo nos ofrecen una orientación en nuestra vida; sino que en ellas se ha manifestado el inconmensurable tesoro de la verdad. ¡El cielo y la tierra pasarán; pero la Palabra de Dios no pasará (cf. Mt 24,35)!
En este contexto, fidelidad significa permanecer en la verdad y enraizarse profundamente en ella. Esto no quiere decir que uno se aferre a meras afirmaciones dogmáticas; sino que permanecer fieles a la verdad es ser fieles al Señor, quien ha dicho de sí mismo que es la Verdad.
Uno no puede cansarse de repetirlo, siendo así que en este tiempo están siendo particularmente atacadas las verdades fundamentales de nuestra fe.
“Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre si no es por mí.”(Jn 14,6). Estas palabras son clarísimas, y la Iglesia siempre las había entendido unívocamente… ¡Cristo es el Redentor de la humanidad! Y es por eso que la Iglesia ha de anunciar la salvación en Cristo…
Podemos demostrar más que nunca la fidelidad al Señor cuando, por ejemplo, se empieza a ver a las otras religiones como si estuvieran al mismo nivel que el cristianismo. Si todas las religiones fuesen igualmente queridas por Dios, no hubiera sido necesario enviar a un Redentor. Si fuera así, Jesús sería simplemente un sabio maestro; uno más entre los que ha habido antes que Él y seguirá habiendo.
¡Es aquí donde hemos de mantenernos firmes en la verdad, sin dejarnos confundir! Las especulaciones teológicas y filosóficas son inútiles y confusas, cuando ofenden la verdad o la relativizan.
Nosotros, como católicos, no podemos negar nuestra identidad con el fin de ganarnos el aplauso del mundo; ni podemos hacer recortes a nuestra fe. Esto sería infidelidad para con el Señor y con la Iglesia. De alguna manera, también sería una infidelidad frente al mundo, en cuanto que lo estaríamos privando del anuncio de la verdad.
Para permanecer fieles, es importante que no vivamos pendientes del “qué dirán” de los demás, y que pidamos el don de fortaleza. ¡Dios es siempre nuestro punto de referencia, y no lo que las personas esperan de nosotros!
Al mantenernos firmes en los verdaderos valores -y no hay nada más valioso que la verdad revelada de Dios-, nos convertimos en personas confiables. A partir de la verdad de la fe, podremos también mantenernos firmes en las otras verdades, conforme a la jerarquía que les corresponde, de manera que seremos fieles hasta en lo pequeño (cf. Lc 16,10).
Pero vale aclarar que la fidelidad solamente aplica cuando se trata de verdaderos valores. No podríamos, por ejemplo, ser fieles a un error. En cuanto los identifiquemos como tales, la verdad nos exige dejarlos atrás.
¡La verdadera fidelidad ennoblece el alma del hombre y nos hace semejantes al Señor!