VERDADERA AMISTAD

“Nadie puede ser realmente amigo de otra persona sin antes ser amigo de la verdad” (San Agustín).

Una sabia frase de San Agustín, que nos recuerda la autenticidad de una verdadera relación. Ésta precisa de un cimiento sólido. La simpatía humana no basta ni es permanente.

Si nos cuestionamos sobre el punto de partida de una verdadera amistad, reconoceremos una característica clara en nuestro Padre Celestial. Ciertamente, su amor busca a todos los hombres y a todos sin excepción les ofrece su amistad. Sin embargo, ésta sólo puede hacerse realidad cuando la persona despierta a la verdad e intenta ajustar su vida a los mandamientos de nuestro Padre Celestial.

Entrar en esa amistad con Dios y cultivarla es un regalo infinitamente grande que Él nos ofrece. Él mismo pone su confianza en nosotros, pero sólo puede hacerlo si nos mostramos dignos de ella como amigos suyos y vivimos en la verdad.

Lo mismo sucede en el plano humano. Es cierto que pueden surgir relaciones de todo tipo, pero la verdadera amistad de la que habla San Agustín sólo puede darse si antes somos amigos de la verdad. Esta verdad debe convertirse en la medida que rige nuestra vida y, por tanto, determina también la calidad de las relaciones humanas. Cuanto más arraigados estemos en la verdad –es decir, en Dios mismo–, tanto más sutilmente podremos ordenar la calidad de amor que es propia de cada tipo de relación.

¿Podemos, por ejemplo, ser amigos de la humanidad en general? Sí, pero esto sólo será posible si nosotros mismos vivimos como amigos de Dios y nos convertimos en mensajeros de la amistad que Él ofrece a todos los hombres. Así dice el Padre en el Mensaje a la Madre Eugenia Ravasio:

“…Primero debéis aprender a conocerme mejor y a amarme tal como yo lo deseo; es decir, no sólo como vuestro Padre sino también como vuestro amigo y confidente.”