UNO SÓLO ES EL BUENO

 

“¿Por qué me preguntas sobre lo bueno? Uno sólo es el bueno” (Mt 19,17).

Nosotros, los hombres, no somos buenos por nosotros mismos, ni mucho menos somos “el bueno”, así como tampoco podríamos decir: “Yo soy el amor”, ni “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”.

¡Sólo el Dios vivo puede decirlo de sí mismo!

Tal vez ésta fue una de las cosas que atormentó a Lucifer: la realidad de no ser nada por sí mismo y debérselo todo a Dios. Esto se vuelve insoportable para un espíritu soberbio, cuando el amor a Dios se extingue. El Arcángel San Miguel le recordó a Lucifer su condición de criatura: “¿Quién como Dios?” ¡La respuesta correcta la conocemos bien!

Pero también en nuestra naturaleza humana conocemos ese espíritu soberbio, que se fija en la propia y supuesta grandeza y poder. Aquí tenemos, por ejemplo, a los dictadores, que en su delirio de grandeza dejaron tras de sí montañas de muerte y destrucción.

¡Ningún hombre es bueno por sí mismo! ¡Ningún hombre es fuente de bondad! Nadie es capaz de edificar un mundo pacífico en la tierra: ni un gobierno mundial ni una comunidad fraterna de personas, a menos que Aquél que es “el Bueno” transforme los corazones de los hombres y haga que se vuelvan buenos.

En efecto, el hombre sólo puede llegar a ser bueno en verdad si se adhiere al que es bueno por esencia, si escucha al Padre Celestial, si acoge y practica el amor y la sabiduría que Dios le transmite.

Pero nosotros somos siempre los receptores. Somos criaturas de Dios, a las que Él ha elevado a ser sus hijos.

¡Qué orden tan sanador y magnífico ha establecido nuestro Padre en todo! Si vivimos en Él, entonces “el bueno” pone su morada en nosotros y se une a nosotros en el amor, de modo que podemos volvernos buenos.