“En verdad, en verdad os digo que uno de vosotros me entregará.” (Jn 13,21b)
¡Cuán aterradora es esta afirmación! En ella, se nos muestran las más profundas oscuridades que pueden habitar en el hombre. Traicionar el amor, traicionar al amigo, traicionar al Maestro y Señor…
Aparentemente, nadie más que el discípulo amado se atrevía a preguntarle quién era el que lo traicionaría. Sólo él, que tenía una especial relación de confianza con el Señor, y a quien Pedro había hecho una señal para que le preguntase. El corazón de Juan era puro y amaba indivisamente al Señor. Él pudo pronunciar aquella pregunta que traía desconcertados a todos. El que ama y cuyo corazón se ha purificado, es capaz de encararse con las sombras, sin tener nada que temer. Así, Juan se recostó sobre el pecho de Jesús y le preguntó: “Señor, ¿quién es?” (cf. Jn 13,25) Este gesto de amor y de confianza fue puro y sincero, muy distinto al beso del traidor, que abusó de esta manifestación de amor, poniéndola al servicio de la maldad.
La malicia del traidor iba creciendo; y Satanás entró en él (cf. Jn 12,27), convirtiéndolo en su instrumento. Judas ya no puede ni quiere dar un paso atrás; la mala intención que había surgido por su avaricia y por otras causas, se convierte ahora en acción malvada.
Jesús lo sabe. Él sabe que Judas ya no se convertirá, que ni siquiera aquella cena en común, ni las palabras que le dirigirá antes de ser apresado, podrán ya tocar su corazón. Judas se ha convertido en siervo del Maligno. La traición se consumará: “Lo que vas a hacer, hazlo pronto” –le dice Jesús (Jn 13,27).
“Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre y Dios ha sido glorificado en él” (Jn 13,31). Ahora el Hijo cumple la voluntad del Padre hasta la Cruz. Ahora el Señor redimirá a los Suyos, y atraerá a todos a Él, para que todos se salven. Ahora la maldad demuestra todo su poder, pero queda impotente ante el amor de Dios. Ahora Satanás cree triunfar, cuando en realidad es él el derrotado. Ahora, en esta “hora de las tinieblas”, la luz de Dios brilla resplandeciente en la entrega del Hijo a la voluntad del Padre, en la consumación de la obra que Dios le ha encomendado realizar. Y Dios es glorificado en Él, pues todo surge de la voluntad del Padre, toda la sabiduría que se nos revela en la fe, en que la entrega voluntaria de Dios se convierte en el signo infalible de Su amor a nosotros, los hombres.
Uno lo entregará; otro lo negará tres veces… Pero este último se arrepiente y se convierte, y el Señor lo acoge aún más profundamente y lo envía. El otro, en cambio, no se arrepiente, y será él mismo quien lleve a cabo su propio juicio.