“No puedo entregar por segunda vez a mi Hijo predilecto para demostrarles a los hombres mi amor! Pero ahora, para amarlos y para que conozcan este amor, yo mismo vengo a ellos, tomando su aspecto y su pobreza. Mira, ¡pongo en el suelo mi corona y toda mi gloria, para tomar la apariencia de un hombre común!” (Mensaje del Padre a Sor Eugenia Ravasio).
El mayor regalo de nuestro Padre a la humanidad es su Hijo amado, a quien envió al mundo por nuestra salvación. Sabemos que la vida eterna consiste en conocer al Padre y a Jesucristo, a quien Él ha enviado (Jn 17,3). Esta certeza debería bastar para que la Iglesia anuncie incansablemente la venida de Jesús y la actualice de diversas maneras.
Pero ¿será que los hombres han reconocido y acogido ya suficientemente este don de la salvación? ¿Llevan ya una vida cristiana plena y convincente?
Sin duda, hay personas que sí. Pero, ¿son muchas? ¿Es la humanidad entera, como Dios lo ha dispuesto?
Ciertamente, hay que decir que todavía falta mucho, tanto en lo que respecta al conocimiento de Dios como a la difusión del Evangelio.
Así, entendemos que Dios mismo se ha puesto en camino –por así decir– para despertar más profundamente nuestro amor por Él. En el Mensaje que nos ha sido transmitido por medio de la Madre Eugenia Ravasio, nuestro Padre insiste una y otra vez en las carencias que aún existen en nuestra relación con Él, y señala que los hombres aún no lo conocen como Él es en verdad.
Nuestro Padre quiere remediar esta carencia y por eso concede una vez más a la humanidad la gracia especial de su presencia y la revelación del amor que nos tiene. El Padre comenzó esta “obra de amor” en la Fiesta de la Preciosísima Sangre de Cristo, vinculándola así al sacrificio de su Hijo por la humanidad, y nos da a entender que el tiempo apremia.