“UNA MONEDA DEL SEÑOR”    

«Habiendo sido purificado, el justo se convierte en una moneda del Señor y lleva impresa la imagen de su Rey» (San Clemente de Alejandría).

Esta maravillosa frase de San Clemente de Alejandría expresa con gran acierto lo que sucede cuando recorremos el camino de la santidad, cuyas etapas habíamos abordado brevemente en las tres últimas meditaciones, basándonos en una oración de San Nicolás de Flüe.

Nuestro Padre quiere encontrar su imagen reflejada en nosotros, pues nos creó a su imagen y semejanza. Para nosotros, lo más hermoso es llegar a ser aquello para lo que fuimos llamados a la existencia. Nunca olvidemos qué sello se imprime en nosotros cuando nos convertimos en una «moneda del Señor»: es la imagen de Cristo mismo. Así lo dispuso nuestro Padre, y Él mismo se pone manos a la obra para que su designio se haga realidad.

Cuando contemplamos la belleza de los santos que la Iglesia nos presenta, puede surgirnos la pregunta: «¿Por qué sois tan radiantes?». Ellos nos responderían: «Porque el Señor nos hizo así. Es su belleza la que se refleja en mí». ¿Acaso podríamos imaginar que la Virgen María respondiera de otra forma? ¡Ciertamente no!

¿Y qué hay de los santos ángeles? Si les preguntáramos por qué son tan gloriosos, comenzarían a alabar y glorificar al Señor.

¿Y qué responderíamos nosotros a tal pregunta? ¿No diríamos también: «Todo lo bueno y hermoso que veas en mí procede de Él»?

Así pues, nuestro Padre nos dirige la amorosa invitación de llegar a ser aquello que Él dispuso desde toda la eternidad. Tras perdonarnos las culpas a través de la sangre de su Hijo, nos envió, junto con el Hijo, al Espíritu Santo para superar todas las distorsiones y deformaciones, de modo que no seamos una moneda falsificada, sino que la imagen del Rey brille en nosotros.