UNA LECCIÓN ESPIRITUAL (II) 

“No ha llegado la palabra a mi lengua, y ya, Señor, te la sabes toda.” (Sal 138,4)

Desde que los pensamientos surgen en nuestro interior hasta que los pronunciamos con las palabras, aún nos queda un camino que nos permite refrenarlos, de modo que no salga de nuestros labios palabra alguna que pudiese desagradar a nuestro Padre.

En el impulso de ayer escuchábamos que es necesario examinar incluso nuestros pensamientos a la luz de Dios. Este proceso –que se denomina “ascesis de los pensamientos”– deberíamos llevarlo a cabo elevando la mirada hacia Dios y amándolo, de modo que crezca aún más la relación de confianza con nuestro Padre. Así, nuestra sensibilidad y delicadeza hacia Dios aumentan, de manera que podemos identificar fácilmente aun la más mínima desviación de los pensamientos, porque, como dice el Libro de la Sabiduría, “los pensamientos retorcidos apartan de Dios” (Sab 1,3).

Esta constante actitud de vigilancia también nos ayuda a evitar pronunciar palabras indebidas. En efecto, las palabras equivocadas son aún más graves que los pensamientos equivocados.

Esto debe ir acompañado de la moderación de nuestras pasiones, ya que muchas veces las palabras indebidas se relacionan con ciertas emociones y sentimientos.

También aquí nos ayuda elevar la mirada a nuestro Padre. Puesto que Él conoce nuestras palabras antes de que lleguen a nuestra lengua, podrá ayudarnos a no permitir siquiera que se “encarnen”. Seremos capaces de ello si apaciguamos en Dios todas las emociones y pasiones que se relacionan con las palabras inapropiadas.

Esto, a su vez, nos entrena en el dominio de nosotros mismos, que de ningún modo es una represión, sino la aplicación correcta de nuestra libertad. ¡Nosotros mismos debemos decidir cuáles palabras conviene pronunciar y cuáles no!

Así, las santas palabras del salmo 138 pueden ayudarnos a recorrer mejor nuestro camino interior con el Señor, para que nuestro corazón sea purificado y se convierta en una gloriosa morada para nuestro Padre. ¡Esto es lo que Él tanto desea!