“De lejos penetras mis pensamientos” (Sal 138,2b).
La amorosa omnisciencia de nuestro Padre no sólo es para nosotros una reconfortante certeza; sino que se nos convierte en una lección espiritual, si permitimos que sus palabras nos impregnen profundamente.
En efecto, el amor de nuestro Padre tiene también un carácter formativo; es decir, quiere modelarnos a la imagen según la cual fuimos creados (Gen 1,27). Hemos de llegar a ser aquello para lo cual fuimos llamados y corresponder a la vocación que el Señor nos ha concedido y encomendado. Por eso Dios se preocupa tanto por nosotros y nos acompaña en todas nuestras sendas, que están desveladas ante Él. Si estamos en el camino recto, nos fortalece y nos anima; si nos desviamos, nos llama a la conversión (cf. Sal 138,24).
Las palabras del salmo 138 que hoy meditamos (“De lejos penetras mis pensamientos”), nos exhortan a examinar nuestros pensamientos a la luz del Señor. La conciencia de que ninguno de nuestros pensamientos es desconocido por Dios nos sirve para contrarrestar aquella ligereza con que a menudo nos dejamos llevar por los pensamientos. Cuando el amor al Señor ha despertado en nosotros, no queremos ofenderlo jamás, ni siquiera con nuestros pensamientos.
Entonces, cuando nos veamos acosados por pensamientos que no pueden resistir ante Dios, los identificaremos y no nos dejaremos llevar por ellos; sino que haremos un acto de renuncia y ya no les daremos nuestra atención ni mucho menos nuestro consentimiento.
Esta lucha es importante, porque así le damos a entender a nuestro Padre que con nuestra voluntad nos adherimos a Él, aun cuando los malos pensamientos quieren separarnos de Él. Nuestro Padre lo verá complacido y convertirá esta lucha en mérito para nosotros.
Al mismo tiempo, estará siempre presto a ayudarnos para vencer los pensamientos opresivos, inútiles o malos. Así, purificará nuestro corazón y fortalecerá nuestra alma.