“Sí, sois hijos míos y debéis decirme que yo soy vuestro Padre. ¡Pero también debéis confiar en mí como hijos, pues sin esta confianza jamás obtendréis verdadera libertad!” (Mensaje del Padre a Sor Eugenia Ravasio).
Gustosamente aceptamos la invitación de nuestro Padre a sabernos hijos suyos y a vivir consecuentemente en comunión con Él. Un verdadero intercambio de amor implica confianza, que es el fundamento indispensable de nuestra relación con el Padre.
¡Cuán liberadora puede ser esta confianza! ¡Cómo disuelve aquella “tensión existencial” en la que a menudo vivimos! ¡Cómo aprendemos a través de ella a encontrar en nuestro Padre el sostén en todas las situaciones, experimentando así su incesante Providencia!
Aprenderemos a confiar nuestro pasado a la misericordia de Dios, a afrontar el presente en Él y a avanzar con serenidad hacia el futuro.
Siempre es la confianza la que nos hace libres, y a través de ella recuperamos también aquella relación familiar y cercana con nuestro Padre Celestial que perdimos a consecuencia de la caída en el pecado.
Cada vez que hacemos un acto de confianza, ésta se arraiga más profundamente en nuestro corazón y se convierte en esa normalidad que nuestro Padre desea para que nuestra relación con Él se vuelva radiante y libre.
¿Qué nos sucederá una vez que esta confianza en su infinito amor haya llegado a ser nuestra seguridad e impregne todos los ámbitos de nuestra vida?
Nos encontraremos con el amor y nuestro corazón se volverá cada vez más sensible y delicado. Percibiremos más fácilmente cuando atentemos aun en lo más mínimo contra el amor y volveremos con más prontitud a nuestro Padre. ¡Será la fiesta de la verdadera libertad!