«Decidles, finalmente, que no los abandonaré en las penas de la vida, solos y sin méritos» (Mensaje de Dios Padre a Sor Eugenia Ravasio).
¿No es cierto que precisamente en los momentos difíciles es cuando más necesitamos un amigo que nos apoye? A nivel humano, no siempre encontramos a alguien que pueda ayudarnos. De hecho, hay dificultades tan complejas y arraigadas en lo más profundo de nuestro ser que, por mucha buena voluntad y experiencia que tenga, una persona nunca podrá brindarnos la ayuda crucial.
Sin embargo, nuestro Padre celestial nos asegura que no solo conoce nuestras necesidades, sino que también acude en nuestra ayuda. Él no nos abandona a merced de la oscuridad, de la desesperanza, de nuestra propia impotencia… No, nuestro Padre se hace cargo de la situación. Sobre todo, nos hace saber que no estamos solos. Nos enseña a dar la respuesta adecuada a las dificultades que atravesamos y a confiar en Él. Esto puede implicar una lucha para nosotros, pero es precisamente aquí donde Dios interviene. Si confiamos en nuestro Padre, Él puede convertir incluso nuestras penas en méritos.
¿No es dulce esta certeza?
«¡Que vengan a mí! Yo les ayudaré, aligeraré su carga», afirma a continuación nuestro Padre en el Mensaje a Sor Eugenia.
Al leer estas palabras, ¿quién no recuerda la frase de Jesús: «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré» (Mt 11,28)? La clave está en que acudamos realmente a nuestro Padre y sepamos que Él está ahí, esperando el momento en que nos acerquemos a Él y nos abandonemos a sus manos. A menudo, nos apoyamos más bien en nuestras propias fuerzas o en medios humanos. Sin embargo, éstos no bastan y, si nos impiden volvernos al Señor y aceptar su invitación, pueden convertirse incluso en el principal obstáculo para encontrar la solución verdadera.
El Señor puede y quiere mostrarnos una salida si acudimos a Él. La carga se vuelve más ligera porque nuestro Padre se ha hecho cargo de ella.
¿No es dulce esta certeza? ¡Así es nuestro Padre!
