«Cuán dulce es pensar que hay un Padre que todo lo ve, que todo lo sabe, que todo lo provee» (Mensaje de Dios Padre a Sor Eugenia Ravasio).
Esta certeza no solo es una verdad de fe, sino también una experiencia que se obtiene a través de la fe, que está arraigada en nosotros y que también podemos transmitir a los demás.
¡Es una dulce certeza! ¿Acaso no es nuestro mayor e indestructible tesoro el saber que tenemos un Padre divino lleno de amor? ¿No se responde así a una de las preguntas existenciales de nuestra vida? ¿Quién podrá robarnos este tesoro?
«¡Cuán dulce es pensar que hay un Padre que todo lo ve!»
¿Cómo nos mira? Con ojos de amor. ¿No lo experimentamos día tras día? ¿Acaso hay alguien en la Tierra que pueda afirmar objetivamente que Dios no está pendiente de él? Quizá pueda decir que no reconoce o no siente su cuidado. En tal caso, sus ojos tienen que abrirse y entonces constatará que Dios siempre ha cuidado de él y lo ha mirado con ojos de amor, incluso cuando estaba extraviado y enredado en el pecado.
¿No es esta una dulce certeza?
«Un Padre que todo lo sabe.»
Nada queda oculto a Aquel que todo lo ve con los ojos del amor: ni el pasado, ni el presente ni el futuro. Con su sabiduría, dirige el curso de la historia sin fallo alguno. Es capaz de conducir el destino de la humanidad y guiar hacia la salvación a todos aquellos que creen en Él y le siguen. Todas las demás potestades son criaturas y, por tanto, tienen un conocimiento limitado. ¡Solo nuestro divino Padre tiene un conocimiento ilimitado! Y es un conocimiento de amor.
¿No es esta una dulce certeza?
