UNA DE NUESTRA RAZA

“El Poderoso ha hecho obras grandes por mí; su Nombre es santo” (Lc 1,49).

Estas sublimes palabras brotan de los labios de la Santísima Virgen, y por toda la eternidad serán inolvidables.

¡Qué maravilloso fue el designio de nuestro Padre Celestial para su obra de salvación! No quiso que su Hijo divino simplemente bajara del cielo como el gran triunfador que nos mostrase su poder y majestad. No, Dios escogió a una mujer para venir a este mundo, convirtiéndola en Madre de su Hijo, el Redentor de todos los hombres.

Todos conocemos el maravilloso encuentro entre el Arcángel Gabriel y la Virgen en Nazaret, a cuyo anuncio Ella respondió aceptando plenamente la Voluntad de Dios, con un corazón lleno de amor. Así, Ella es nuestro orgullo y alegría; Ella, que siendo hija del género humano, “una de nuestra raza” (cf. Jdt 15,9), fue escogida para dar su “SÍ” al gran misterio del plan de salvación.

“Una de nuestra raza” y, más aún, la Única que Dios nos dio por Madre desde la Cruz (Jn 19,27). Ella fue también la que supo alabar debidamente el maravilloso suceso que el Señor había obrado en Ella: “El Poderoso ha hecho obras grandes por mí; su Nombre es santo.”

Junto a Ella, también nosotros elevamos nuestros ojos para contemplar la inefable bondad de nuestro Padre, que no sólo nos rescata de las tinieblas, sino que incluso nos llama a cooperar en el misterio de la Redención. Una criatura, llamada a la existencia por el amor de nuestro Padre, recibe el honor de cooperar con Aquél que la creó. Los ángeles se admiran y adoran la Sabiduría de Dios.

¿Podría haber mayor honor que éste? Así, nuestro Padre está siempre pendiente de que su criatura, su amado hijo, tenga parte en su gloria. Aunque en nuestra Madre Celestial esto se cumplió de modo incomparablemente misterioso y, sin embargo, visible, no es Ella la única en la que Dios Padre quiere “hacer obras grandes”. También a nosotros, sus amados hijos, nos honra al permitirnos trabajar con Él por la salvación de los hombres.

Él jamás olvidará ninguna obra buena que hayamos realizado, y nos recompensará por cada vez que hayamos correspondido a su amor. ¡Así es nuestro Padre!