UNA BRÚJULA INTERIOR

“El gozo de este mundo es efímero. No puede perdurar si no está relacionado conmigo” (Palabra interior).

El Espíritu del Señor nos enseña a no detenernos en los placeres de esta vida terrenal. Ciertamente podemos considerarlos como regalos de nuestro Padre Celestial e integrarlos como tales en nuestra vida. Pero sólo adquieren su verdadera belleza cuando los acogemos como una expresión de la bondad del Señor y le damos las gracias por ellos.

Por sí solos, los placeres terrenales no son sino momentos fugaces sin consistencia. Son tan efímeros como toda nuestra vida terrena cuando ésta no está arraigada en Dios. En cambio, si centramos la mirada en nuestro Padre y le agradecemos por todos los amorosos detalles con los que nos consiente, entonces incluso los placeres terrenales pueden convertirse en una alabanza a su bondad.

Sin embargo, no es fácil tener esto siempre presente y actuar acorde a esta certeza, porque nuestros sentimientos rápidamente se dejan llevar y todo el ámbito de nuestros sentidos suele buscar satisfacción y saciedad en los bienes terrenales. Así, pues, se requiere una formación interior para no sucumbir a la seducción de los placeres terrenales. Es necesario tener una especie de “brújula interior” que nos conduzca siempre hacia el Señor y nos haga notar cuándo estamos entregándonos excesivamente a los placeres terrenales y olvidándonos de Dios.

Esta brújula interior puede formarse en nuestra alma cuando empezamos a percibir cómo el disfrute desordenado de los placeres terrenales –cuando no están debidamente conectados con el Señor– la dejan aburrida y vacía. Este estado de nuestra alma ha de servirnos como alerta para permanecer unidos a nuestro Padre en todas las cosas.