UN SIGNO PERFECTO DEL AMOR DEL PADRE

 

“El Poderoso ha hecho obras grandes por mí; su Nombre es santo” (Lc 1,49).

¿Existe otra criatura en la tierra que pudiese pronunciar de manera más perfecta estas maravillosas palabras y glorificar más al Padre Celestial?

No, sólo la Virgen María, la hija predilecta de nuestro Padre Celestial, puede hacerlo de un modo tan perfecto. Sólo Ella, que fue preservada del pecado original y colmada de gracia en vista de la Encarnación del Redentor, puede pronunciar estas palabras con tan inigualable humildad y belleza espiritual, que el Corazón de nuestro Padre celestial siempre se llena de gozo por su hija elegida.

Pero también nosotros podemos repetir estas palabras suyas, porque, a través del divino Hijo que nació de su seno, el Padre Celestial también nos eligió a nosotros para que diéramos fruto abundante para su gloria.

Él no sólo nos da a la Virgen como modelo a imitar; sino como Madre, para que Jesús nazca en nosotros y seamos configurados a su imagen y semejanza.

Obras grande ha hecho nuestro altísimo Señor por la Virgen María y por todos los hombres, adornándolos con su santidad. Todo lo que nuestro Padre hace está impregnado del resplandor de la santidad, porque Él es santo y de Él brota la santidad como un inagotable manantial que se derrama sobre nosotros, los hombres.

Nuestro amado Padre no sólo nos entregó a su propio Hijo; sino que nos ha dado otro signo perfecto de su amor en la Virgen María, que es reflejo de su santidad.

Nuestra Madre celestial nunca se cansa de proclamar la santidad de Dios, y nuestro Padre jamás le retirará su favor. Por eso la Virgen María, la Reina de todos los hombres y ángeles, podrá repetir y testificar por toda la eternidad:

“El Poderoso ha hecho obras grandes por mí; su Nombre es santo.”