«Cada día transcurrido en tu ritmo de vida es sumamente valioso» (Palabra interior).
Sabemos que nuestro Padre nos ha transmitido sus santos mandamientos, que constituyen nuestro orden de vida para permanecer en su gracia y alcanzar la unión con Él en la eternidad, siempre y cuando nos esforcemos por cumplirlos de buen grado. Por el contrario, también sabemos que, si no los observamos, nuestra vida cae en un desorden espiritual y corremos el gran peligro de fallar al sentido de nuestra existencia, aparte de la consecuencia de estar separados de Dios para siempre.
Pero, incluso si vivimos dentro del marco de los mandamientos de Dios, es importante que tengamos, además, un ritmo de vida espiritual y que lo sigamos con perseverancia. Esto es indispensable para un proceso de continuo crecimiento espiritual. Este ritmo de vida es como el marco seguro que nuestro Padre nos concede para que se desarrolle la fecundidad de nuestra vida. Al mismo tiempo, es la protección necesaria para que la vida espiritual no decaiga y, en el peor de los casos, acabe extinguiéndose por completo. También forma parte de la armadura espiritual que necesitamos para defendernos de todo tipo de tentaciones.
El Señor nos sostendrá en nuestro ritmo de vida si lo asumimos como un deber sagrado. Nos exhortará a no descuidarlo y a observarlo atentamente. De este modo, se convertirá en nuestra alegría. Así es como se vive en los monasterios. Pero un ritmo de vida espiritual ordenado no está reservado únicamente a estas vocaciones particulares. También quienes viven en el mundo pueden establecer un orden de vida vinculante, aunque a veces deba ser flexible según las circunstancias. En este marco, podrá desplegarse de forma orgánica la gracia necesaria para cumplir nuestra misión como discípulos del Señor. Por eso, la frase de hoy recalca la importancia de que cada día transcurra siguiendo este ritmo de vida.
Tomémoslo como una invitación de nuestro Padre para poner en práctica con perseverancia este aspecto tan importante.
